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La tribuna

jaime Batlle

El blablablá de Cataluña

SE complican las cosas. Admitámoslo abiertamente y con claridad. Desconozco los motivos por los que cierta clase política tiene como objetivo la independencia de Cataluña, no se sí son motivos nobles amparados en una honesta reivindicación -digo honesta, sin entrar en cualquier otra valoración- o les mueven intereses de otro tipo. Lo desconozco. Lo que es evidente es que, dados los antecedentes de precariedad intelectual y me temo que de sentido común, atribuible en general a la clase política de todo signo que nos gobierna, aunque preferiría decir que "gestiona nuestros asuntos", el asunto pinta mal. Y pinta mal porque la apuesta del bloque separatista va por la vía de la insubordinación institucional y eso es una bomba de relojería, de la que desconocemos su potencia e intensidad, en cuanto a las reacciones de la sociedad civil en relación a la respuesta que puede instalarse a pie de calle. Promover la insubordinación institucional es sembrar una semilla que puede generar enfrentamientos de proporciones impredecibles, amparados en una aparente legitimidad democrática al convertir las elecciones al Parlamento de Cataluña en unas elecciones plebiscitarias. Y aquí es donde están la trampa y el foco sobre el que actuar con previsión, con la ley en la mano y con altitud de miras, si no queremos que esto se vaya de las manos antes de que sea demasiado tarde. Prevenir antes que curar.

La cuestión nacionalista es muy clara y no admite negociación posible porque no se puede negociar sobre la base de una idea conceptual que no admite términos medios -este es el discurso de políticos oportunistas de todo signo-. Si no es válida la opción negociadora porque la solución es independentismo sí o independentismo no, la única alternativa es facilitar una salida democrática, comprometida, con visión y sentido de Estado.

Personalmente no soy un catalán independentista, pero puedo aceptar la reivindicación de quienes se sienten nacionalistas, aunque considere que no hay razón para ello. Lo cierto es que las personas que desean la independencia están legitimadas para pensar así, sin tener razones históricas que puedan validar la independencia de Cataluña. El nacionalismo es un sentimiento y los sentimientos surgen en las sociedades. No le demos más vueltas. Ya está aquí y habrá que gestionarlo.

La cuestión es cómo lo gestionamos. Lo que oigo a uno y otro lado del espectro político, me hace albergar pocas esperanzas.

La cuestión clave es considerar quiénes tienen la palabra en este plebiscito. ¿Sólo los catalanes o el conjunto de los españoles? Los nacionalistas desean que sólo los catalanes podamos pronunciarnos sobre ello porque saben que eso les da una enorme ventaja y alguna posibilidad. No debería ser así. De la misma manera que debemos aceptar como coherente que alguien pueda sostener la independencia sin atender a las razones históricas -que sin duda desmontan el argumento independentista-, los nacionalistas deben aceptar que el resto de españoles tenga voz y voto por la simple razón de que la realidad histórica nos ha traído hasta aquí juntos.

Partiendo de esta premisa quizá resolveríamos el problema preguntando a todos los españoles, incluidos los ciudadanos de Cataluña, en una elección, entonces sí, plebiscitaria, si desean que Cataluña sea un estado independiente.

Si el resultado fuera afirmativo, la separación debería producirse con la mayor colaboración posible, para cimentar las buenas relaciones futuras entre los dos estados, inclusive con el compromiso de España de apoyar la integración de Cataluña en la zona euro.

Si el resultado fuera negativo a la independencia, el plebiscito debería tener una vigencia determinada. 20 años, 25, 30 quizá. No podemos estar permanentemente con el blablablá de Cataluña. El coste de oportunidad es demasiado elevado.

Pero insisto. Oigo y leo los comentarios a uno y otro lado y da pavor la ausencia de visión, de liderazgo y de sentido común.

Hay que actuar antes de que la falacia se consume y la falacia es aceptar que las próximas elecciones en Cataluña son unas plebiscitarias. Aplicar medidas contundentes a posteriori será nefasto. Pero personalmente me ampara el pesimismo al recordar que más que gestionar de manera inteligente los asuntos que ocupan a los ciudadanos, nuestra clase política se dedica a gobernar. Me pregunto con preocupación que es lo que gobiernan, porque los asuntos, lo que se dice asuntos, se gestionan y este asunto hay que gestionarlo con visión, liderazgo y sentido común, más que ¡¡Gobernarlo!!

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