Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

En blanco

ES sabido que algunos de los que reclamaban elecciones durante la dictadura, cuando por fin tuvieron la ocasión de votar, jamás se acercaron a una urna, o que muchos de los que se pasan el día echando pestes de los gobernantes de turno tampoco tienen por costumbre participar en la llamada fiesta de la democracia. Como lo de la normalidad -democrática, por supuesto- que suelen repetir quienes informan sobre el terreno del desarrollo de la jornada, la expresión, probablemente heredada de los tiempos en los que los procedimientos ahora consolidados eran una feliz novedad tras décadas de silencio, se ha convertido en un cliché tan manoseado que tiene algo cómico, sobre todo en boca de esos individuos a los que les gusta reiterar con pose de respetabilidad y tono invariablemente solemne las mayores obviedades.

Asociado a la indiferencia o el desistimiento, el abstencionismo tiene mala fama, pero no es verdad que quienes no votan -o lo hacen en blanco o entregan papeletas nulas, que con los matices que se quiera vienen a ser opciones similares- no tengan después derecho a censurar la acción o la inacción de los electos. Ni que emitir el sufragio, como dicen los del recuento, conceda patente de ciudadanía o una mayor legitimidad a la hora de ejercer la crítica. Hay desde luego que agradecerles el esfuerzo a quienes afirman acudir a los colegios electorales con la pinza o el pañuelo en la nariz, y aplaudir en realidad a todos los que lo hacen con más o menos entusiasmo, pues si la abstención fuera general deberíamos pensar en otro sistema de designación y no está nada claro que las alternativas -¿el sorteo?- mejoren lo conocido.

El grado de decepción o de hartazgo es tan elevado que no sorprende el número de indecisos, incluso entre los muy ideologizados o los militantes o simpatizantes de toda la vida. Tampoco extraña que la renuncia a votar pueda ser una decisión perfectamente deliberada para mucha gente a la que no es que no le importe quién asume el poder o qué medidas toman los gobiernos, sino que se siente literalmente incapaz de apoyar, con o sin pinzas o pañuelos, a ninguna de las candidaturas en liza. Hablan de la necesaria responsabilidad, hablan de evitar males mayores, hablan de riesgos u oportunidades históricos, pero cabe mantenerse al margen -demasiada verborrea, a uno y otro lado del tablero- asumiendo de antemano lo que decida la mayoría. También se contribuye por omisión, la vida política no empieza ni acaba con las elecciones y hay centenares de causas justas que exigen un compromiso diario.

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