La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Sí, 'bwana'

Lo del cambio horario suena a esas operaciones colonialistas que imponían modos de vida occidentales a los nativos

Mientras el Gobierno y los entusiastas de que el Sur se convierta en Norte sin dejar de estar donde está -es decir con muchos más grados de temperatura y muchas más horas de luz la mayor parte del año- parecen empeñados en solucionar todos nuestros problemas, desde la eficacia productiva a la conciliación entre vida laboral y familiar, varios científicos han alertado del disparate que supondría ignorar que los hábitos dependen más del sol que de la hora que marquen los relojes, por lo que modificar el huso horario poco cambiaría las costumbres cuando en nuestro larguísimo verano real, que invade la primavera y el otoño meteorológicos, vacía las calles hasta las seis o las siete de la tarde, hace durar la luz diurna hasta las diez de la noche e invita a trasnochar hasta la madrugada.

Lo del cambio horario me suena a esas operaciones colonialistas que pretendían imponer modos de vida occidentales a los nativos africanos o asiáticos. Las costumbres españolas, sobre todo las del Sur, no han sido conformadas por los husos horarios impuestos por los gobiernos, sino por la temperatura y la luz. "En la hora de la siesta en las calles solo se ven perros y franceses", anotó Pierre Louÿs en sus diarios sevillanos.

Lo de la conciliación de la vida familiar y la laboral es otro enigma porque, según nos dicen los psicólogos todos los veranos, el número de separaciones se multiplica tras el verano porque las parejas no pueden soportar tantas horas de convivencia. Según las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial el último trimestre del año se incrementa un 40% el número de parejas que se rompen. Unos lo achacan al parón del verano, que acumula los casos. Pero otros lo atribuyen al estrés que provoca soportar durante todo el día a quien, a lo largo del año, apenas se ve unas horas diarias.

¿Y los niños? Resulta que al llegar las vacaciones los papás y las mamás que pueden permitírselo se apresuran a enviarlos a un campamento para quitarlos de en medio y, si tienen más medios, a algún curso al extranjero. Y no olviden las alegrías de los rodríguez que Wilder inmortalizó en La tentación vive arriba. Así que tampoco me queda clara esa supuesta pasión por la conciliación familiar que parece consumir a quienes quieren cambiar nuestras costumbres. A lo peor tanta conciliación y convivencia supondría la definitiva destrucción de la familia tras un apocalíptico aumento de divorcios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios