
Antonio Brea
Ni Washington ni Moscú
La otra tarde un taxista joven comentaba que no entendía los cambios de nombre de las calles y aún menos renombrar un trozo de calle. Donde había un nombre, ahora hay dos, que parecen metidos con calzador. A veces he comentado el trajín que tenemos en Sevilla con esos cambios de las calles y creo que son, en gran medida, una renuncia a la pervivencia de la historia, a la identidad, al ser de una ciudad. Qué importancia puede tener todo eso en una sociedad, la nuestra, cuyas gentes, nuestros vecinos, dicen sin rubor y a veces con osadía, que no conocen el nombre de las calles. Recordar los números de teléfono de la familia y amigos se lo hemos traspasado al teléfono móvil y conocer rutas urbanas y nombres de calles al GPS. Qué repelús cuando un taxista consulta la aplicación de turno para saber cómo se va a un sitio. Y pasa en todas partes, hasta en Londres, que ya es decir, donde parece haber perdido rigor el mítico examen del libro azul de las calles y barrios de la ciudad, que hacía que los taxistas londinenses fuesen casi una raza aparte. Ejercitar la memoria parece que no importa, pero ese es otro debate.
Más de un día y más de dos, se comenta en los medios de comunicación, en las redes sociales y en los encuentros de amigos y familiares, que se está desvirtuando la ciudad, que el comercio tradicional desaparece, etcétera. Pero parece que no damos importancia al daño que se hace a la ciudad con los cambios de nombres del callejero. Muchos de esos cambios son, en gran medida, faltas de respeto a la historia local. Debemos respetar el nombre de los lugares de una ciudad, como el Arenal y la Barqueta. Nombres que a veces se imponen sobre las propuestas de los gobiernos locales como la Pasarela. Todo el mundo en Sevilla sabe dónde está y por qué se llama así. Menos los callejeros oficiales, donde figura como Plaza de Don Juan de Austria.
Claro que desconocer los nombres de las calles, de las cosas y no digamos de las personas, facilita que podamos desprendernos de todo y de todos con facilidad. Despojar del nombre para despersonalizar, ya lo sabían quienes llamaban por números a los reclusos, incluidos los guardianes de los campos de exterminio nazis. Si no sabemos los nombres de las personas o en el caso que comentamos, el de las calles, es más fácil que no nos importe qué pase con ellas. Por ejemplo, las placitas de Zurradores, Curtidores y Refinadores. Están en el barrio de San Bartolomé, por la antigua Judería. Nombres de oficios relacionados con preparar las pieles y los cueros. Cerca está también la calle Tintes. Eran oficios que producían malos olores y se colocaban en lugares residuales, en este caso junto a la muralla, con poca accesibilidad. Salvo Refinadores, más cuidada por estar en los itinerarios del barrio de Santa Cruz, las otras dos placitas están fuera de circuito y son parte del antiguo callejero de la ciudad, y un tanto olvidadas. Menos mal que, quizás por ello, a nadie se le ha ocurrido cambiarles el nombre.
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