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Tribuna económica

Joaquín Aurioles

El cambio demográfico

PUEDE parecer una contradicción, pero tan preocupante resulta que España, y en general occidente, pierda población, como que en resto del mundo no deje de aumentar. Según el INE, entre 2021 y 2022 la población española se habrá reducido en medio millón de personas y dentro de 15 años habrá un millón de habitantes menos. Andalucía es una de las pocas regiones que seguirá creciendo. La actual población de 8,39 millones de habitantes se habrá incrementado en 36.000 en 2021, pero a partir de entonces también comenzará a declinar, hasta llegar a 2030 con una cifra similar a la actual, aunque con resultados diferentes según las zonas. Córdoba y Jaén perderán población durante todo el periodo, mientras que Almería y Málaga no dejarán de crecer en ningún momento.

Estas previsiones venían siendo anticipadas por los principales parámetros demográficos desde hace algún tiempo. Desciende la natalidad y la fecundidad femenina, mientras que aumenta la edad media de la primera maternidad y, aunque estos mismos indicadores son algo favorables todavía a Andalucía, las diferencias con el resto de España se reducen a marchas forzadas. No sólo desciende la tasa de natalidad, sino también el número de nacimientos.

En España, por quinto año consecutivo en 2013, se registró una caída del 6,4% y en Andalucía del 6%, pero lo más sorprendente es que, a pesar del envejecimiento, la tasa de mortalidad no aumenta. También en 2013, y tanto en Andalucía como en España, se reduce el número de defunciones, de manera que si cada vez nacen menos niños y los viejos tardan más en morirse (el pasado año también tuvo lugar otro acontecimiento demográfico notable: la esperanza de vida masculina consiguió alcanzar la barrera de los 80 años), parece que la preocupación de los jóvenes economistas por la carga que se les viene encima a los de su generación, está perfectamente justificada.

En el resto del mundo las cosas son diferentes. Hasta hace poco se consideraba que los algo más de 7.000 millones de habitantes del planeta se convertirían en 9.000 a finales de este siglo, pero algunas estimaciones más recientes apuntan a que el crecimiento podría aproximadamente el doble de lo previsto y que se repartiría, en su totalidad, entre Asia y África. En la primera se produciría declive durante la segunda mitad del siglo, mientras que en África el crecimiento sería permanente. Un contraste en el que no resulta difícil aventurar pronósticos acerca de los movimientos de población que se avecinan y de sus consecuencias políticas, económicas y sociales, así como del papel que cada país deberá desempeñar, en función de sus particulares circunstancias geopolíticas. Pero si las previsiones deslumbran, las consecuencias económicas pueden resultar todavía más desconcertantes, sobre todo si se alcanzan los objetivos de reducción de la pobreza mundial que persigue Naciones Unidas y se confirman los pronósticos sobre ensanchamiento de las clases medias. La lógica preocupación por la presión sobre los recursos naturales no debería ignorar, no obstante, las enormes potencialidades productivas de un continente africano integrado en el comercio internacional.

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