ENRIQUE Cerdá Olmedo puede presumir en Sevilla de ser un rara avis. Le han concedido en Semana Santa el principal premio de investigación científica que otorgan la Hispalense y Abengoa. En el Paraninfo había muchos menos profesores de la Universidad que en los preparativos, tan cercanos, de la cofradía de Los Estudiantes. Hoy que la ciudad cambia de tercio, vamos a tocarle un pasodoble al padre de la genética en Sevilla.

Cerdá nació en Guadix en 1942, y llegó a Sevilla vía Estados Unidos y Alemania, apadrinado por Losada Villasante. Como él, apostó por abrir camino a la ciencia en nuestra tierra, en lo que era una odisea de precariedades e ignorancias, en lugar de apegarse a universidades de Nobel como la de Stanford. Fundó en 1969 el departamento de Genética en la Hispalense, y lleva 39 años abriendo camino al conocimiento de la genética aplicada a la salud y a la alimentación. 39 años de esfuerzos y dificultades por la escasa estima que tiene la sociedad sevillana por la investigación. Su bagaje es de referencia a nivel internacional, con 115 monografías científicas (sin contar sus abundantes trabajos de divulgación), media docena de patentes y un sinfín de premios.

Cerdá es pionero en la fórmula que produce el beta-caroteno mediante biotecnología. El beta-caroteno es un precursor de la vitamina A que los humanos tomamos en hortalizas como el tomate y la zanahoria. Aumenta las defensas ante multitud de infecciones y es muy necesario para la recepción de luz en la retina. Por eso en los países pobres, de alimentación muy deficiente, hay muchos más casos de ceguera. En Vietnam quieren fabricar en píldoras el caroteno sintetizado con el método Cerdá, con el fin de administrarlo masivamente a los niños.

La mejor luz de Sevilla está en la retina de Cerdá y en sus carotenos. Si alguien en esta ciudad tan descompensada quiere ganar dinero y salvar vidas, en lugar de invertir en más ladrillos, estas líneas reflejan algo de luz al respecto.