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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los casos de Carmona y Alcalá

Qué trabajo cuesta aceptar que existe la maldad que se complace en el sufrimiento ajeno

Los casos de las residencias de ancianos de Carmona y Alcalá de Guadaíra, ambas de titularidad privada, no son, por desgracia, una novedad. De tiempo en tiempo vemos imágenes de malos tratos, vejaciones, falta de higiene o mala alimentación. Hemos visto en otros casos imágenes de ancianos tirados en el suelo, acostados en sábanas que sería suave llamar sucias, insultados, sometidos a burlas, obligados a lamer la comida que han derramado… En estos de Carmona y Alcalá de Guadaíra hemos sabido de situaciones intolerables, pero hiela la sangre que desde la Consejería de Igualdad se nos diga que se detectaron "situaciones denigrantes" de las que no se han dado más detalles por lo "doloroso de la situación". Si se ha informado de condiciones de higiene "nefastas", ancianos en camas sin sábanas ni mantas, administración de medicamentos caducados o en dosis inapropiadas y mala alimentación, imagínense lo que se ha callado por ser excesivamente doloroso.

En este caso estamos en el ámbito de la presunción, aunque las pruebas hablan claro. En muchos otros se han confirmado estas situaciones. Cebarse con los más indefensos y vulnerables -niños y ancianos- lleva la crueldad al límite de lo monstruoso. Sería inocente preguntarse cómo es posible que el ser humano descienda a estos abismos. Sabemos que es capaz de hacerlo, de abusar del poder que le da la total indefensión de sus víctimas, de disfrutar sádicamente con sus sufrimientos y burlarse de ellos. En las dictaduras, cuando el mal gobierna las naciones, sus crímenes se multiplican porque no sólo quedan impunes, sino que son alentados desde el poder. Pensemos en la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin. En las democracias encuentra huecos en los que desplegarse. Hay Irma Grese, la perra de Belsen, o Aribeit Heim, el doctor muerte, entre nosotros, más allá de los campos de exterminio nazis. Hay Yehzov y Beria más allá de las checas y el Gulag comunista. No tienen más poder que el de los reducidos ámbitos en los que pueden desplegar su maldad. Y afortunadamente los controles y las leyes existen, aunque haya que pedir a los primeros más rigor y a las segundas mayor dureza. Pero cuando las circunstancias se lo permiten dan rienda suelta a eso que tanto trabajo les cuesta aceptar a los biempensantes: la existencia de la pura y gratuita maldad que encuentra su placer en el sufrimiento ajeno.

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