Centrípetos y centrífugos

05 de febrero 2025 - 03:07

Sumisos con Cataluña, rebeldes con Madrid. El Gobierno de Sánchez está en una permanente dialéctica, un pulso entre afinidades centrífugas y aversiones centrípetas. Tienen una obsesión con la presidenta de la Comunidad de Madrid, a la que le atribuyen una maldad de cuento de hadas mitad Ángela Channing mitad Margaret Thatcher. Y depende para gobernar de un prófugo de la Justicia al que no deja de engordar con sus insaciables exigencias.

Los dos, Carles Puigdemont e Isabel Díaz Ayuso, son a su manera y por razones bien distintas, los ejes vertebradores de un Gobierno sin pies ni cabeza. El Gobierno actual no existiría sin el apoyo de los siete escaños del partido del ex presidente de la Generalitat. El político independentista tiene hipotecado a un Ejecutivo dependentista (depende de todo de su esquivo socio). Pero es que además el Gobierno actual no sería el mismo sin el papel de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Yolanda Díaz, para empezar, no sería vicepresidenta del Gobierno con esa cuota de protagonismo inversamente proporcional a los votos que su partido obtuvo en su Galicia natal. Tras la crisis murciana, Ayuso adelantó las elecciones madrileñas. Pablo Iglesias, sintiéndose un héroe leninista de Marvel, cambió el Gobierno por el Potenkim, sacó pecho y pidió padrinos para pugnar contra Maléfica en la lucha por Madrid. Se despeñó y su vicepresidencia fue ocupada por Yolanda Díaz, que cambió a los cuatro ministros de Podemos por otros tantos de Sumar. Yolanda es vicepresidenta gracias a Ayuso, que nació el mismo día, mes y año que Pablo Iglesias.

Al Gobierno le sobra Madrid, que debe ser la Silicon Valley de la ultraderecha, el Greenwich Village del facherío. Unas obsesiones que están en las mentes calenturientas de los guionistas de este Gobierno. La sombra de Madrid es tan alargada, que el ministro Albares cesó al embajador en Corea del Sur, Guillermo Kirpatrick, por reunirse con Díaz Ayuso cuando ésta visitó la capital surcoreana. Como si no fuera una cualificada representante de la Administración española.

Con la de ciudades tan bonitas que tiene España y no se puede encontrar una alternativa a la capitalidad de Madrid. Emiliano García-Page presentó la candidatura de Toledo, aunque se descubrió que era una inocentada. Se podía recuperar la de Valladolid como homenaje al catedrático pucelano Enrique Valdivieso. O desempolvar la propuesta que Ramón Serrano Suñer le hizo a su cuñado Francisco Franco de Sevilla, a lo que éste le respondió “no digas tonterías”. En Tamarite de Litera o en Peñaranda de Bracamonte. En cualquier sitio menos en Madrid, donde cuando Pedro Sánchez iba a los parvulitos el grupo The Refrescos cantaba que “aquí no hay playa”.

La obsesión con Madrid se la trajo el superministro Félix Bolaños al encuentro anual que organizan Arturo Pérez-Reverte y Jesús Vigorra. Siempre les quedará Waterloo, donde reside el ventrílocuo que hace hablar al coro de la Moncloa que se aprenden cada mañana, como en unos maitines, la papilla ideológica para largarla en emisoras, mítines, inauguraciones o congresos regionales. Madrid como obsesión y señuelo. Objetivo la Novia.

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