La tribuna económica

La chatarra del coloso

HAY sectores a los que no reconoce ni su progenitor de dos años a aquí. A alguno, como el financiero, no es que no se lo reconozca, es que no acaba de volver a salir a la superficie. Otros, como el de la prensa escrita, ha visto cómo la crisis ha puesto nitrógeno en el motor del ciclo de vida de su industria, de forma que la turbulencia general ha acelerado sus incertidumbres estratégicas: el progresivo abandono del papel, la perversa gratuidad de los contenidos en internet, la eclosión en la red de los toreros espontáneos, el acoquinamiento publicitario en papel y en digital, la blogosfera polimórfica, la insondable duda sobre el precio justo... y la necesidad de garantizar la calidad de los contenidos.

Sin embargo, la verdadera materia de la metamorfosis drástica es la de la industria del automóvil. El coche es ya el icono roto, al menos en su concepción actual: una fuente caudalosa de empleo, hasta ahora; una fuente insostenible de emisiones y consumo de materias primas, también. Díganme ustedes si no es una mutación alucinante la de un mercado que reventaba sus costuras por la exuberancia sólo antes de ayer... y que hoy ve cómo los concesionarios crían telarañas, y los estímulos públicos y de los fabricantes en forma de miles de euros de descuento dejan impávido al comprador potencial, al menos de momento.

El coche, como lo concebimos ahora, tiene sus días contados. El vehículo futuro no será de gasolina o gasoil, y la transición al eléctrico pasando por el híbrido se ha acortado en no menos de una decena de años por causa de La Crisis (casi conviene a la actual situación el escribirla con mayúscula, por sus incomparables dimensión y características). Según un informe de la Fundación Ideas -la de Caldera, sí, pero el informe es imprescindible: "Un nuevo modelo energético para España"-, la fabricación y uso del coche son un punto central del futuro. En el horizonte de un 2050 posible para los humanos, la tecnología es clave a la hora de crear medios de transporte que no sean tan dañinos como los actuales. Ojalá quienes entonces vivan se sorprendan de lo bárbaros que éramos sus antepasados al desplazarnos a tomar una cerveza o a trabajar. El hierro disponible en todo el planeta, además, no da para hacer un coche para cada chino. Quizá tendremos que perforar La Tierra hasta el nife, a ver. Por otra parte, el uso del coche, su concepto mismo, debe cambiar. El transporte público, la bicicleta, e incluso el alquiler y el coche compartido deberán emerger en esta transición para desplazar el prurito de propiedad que tanto nos pone. El Hummer quedará como un anexo de la historia de la infamia del transporte. Podemos objetar "dígaselo usted ahora al chino y al indio". Y tendremos razón.

General Motors ha reventado: un desastre global anunciado. El Coloso de Rodas debió crear un tsunami local al despedazarse a la entrada de la isla griega. Las cifras de deuda impagable, de empleos destruidos, de plantas desmanteladas o malvendidas y, en general, los efectos colaterales de la quiebra del gigante del automóvil salpicarán por todos lados. La chatarra del gran icono de un mundo sobre ruedas que es ya de ayer, aunque Obama intente apuntalarlo.

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