¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
ADELANTADO desde los años 90 por los observadores exteriores, este cierre no se ha producido sino por la fuerza de unos hechos ciegos. ¿Ahora sí, el final?
Los medios más informados han unido el Honoris Causa de la Universidad de Sevilla a Siza como el resultado de una larga relación del arquitecto portugués con la Escuela y la arquitectura sevillana. Haberla la ha habido, por más que éste no haya acrecentado el patrimonio arquitectónico sevillano con su incisiva arquitectura; tiempo habrá, pese a todo, si alguien aprecia lo que su arquitectura puede aportar a una ciudad necesitada de otra vida, tan larga es la que ha vivido.
Se cierra un tiempo, de tránsito y apuestas, de logros y decepciones, tenso y gozoso, irrepetible. ¿Seremos capaces de abrir otro?
Siza, contrariamente, no cierra nada. Todo lo contrario, abre: profundamente, sagazmente, desvelando potencialidades donde este tiempo celebra lo banal o desalienta lo imposible. Cuando otros ven cetáceos pesados, incapaces de levantarse sobre la línea de flotación, Siza aligera esa pesadez, asienta lo nómada, da aposento a lo inaferrable, hace vividero lo monstruoso, sencillo lo complejo. Tenga la amabilidad de asomarse a Santiago, a Oporto, a Granada, a Holanda o Berlín, miren y no se asombren, anden por esos edificios y giren sobre sus pasos, vuelvan la cabeza y recuerden lo dejado a sus espaldas, siéntense en sus bancos, levanten los ojos hacia esos techos altos o siéntanse apretados por los techos bajos: Siza sólo nos habla de algo tan nuestro, que seguro que lo reconocerán: de su vida en el espacio, de su habitar. Sencillamente es esto.
Y lo hace con una voz tan firme como callada, casi un susurro en el griterío que nos envuelve: con el vestido de su arquitectura: una manera comprometida de estar en el mundo, de aposentarnos en su incomodidad confortable, de sosegarnos de su monstruosa apertura. Quizás porque supo pronto de la enorme responsabilidad ética que, como arquitectos y docentes de futuras generaciones de arquitectos, tenía, junto a aquellos otros habitantes de una soledad compartida.
Sí, así, releyendo a Rilke: "¿Aún no lo sabes? Echa desde tus brazos el vacío / hacia los espacios que respiramos, quizá para que los pájaros /sientan el aire ensanchado con vuelo más íntimo".
Es ese su valor para la enseñanza de la arquitectura y para una ética tan necesaria como desconocida, expuesto desde un magisterio callado, silencioso, que apenas -si no es por la evidencia de sus obra, sus dibujos y escritos- se hace presente en esta sociedad nuestra vociferante y cadenciosa. Hoy Siza ya es uno de los nuestros.
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