Opinión · fragmentos

Juan Ruesga Navarro

La ciudad escaparate

AL llegar las fiestas navideñas, cada vez es más evidente que las ciudades se han convertido en un escaparate. Aunque bien es verdad que a lo largo de todo el año las ciudades no dejan de ser un escaparate de sí mismas, de sus costumbres y de la ideología general de sus habitantes, sus gustos, preferencias, nivel de vida, etcétera. Hablo de esas ciudades que se mostraban con la naturalidad con la que una mujer joven y bella aparece ante los demás. Así han venido comportándose las ciudades. Mostrando con naturalidad y sencillez su emplazamiento singular; la arquitectura que la ha ido conformando a través de una historia compleja o muy sencilla; la perfecta armonía entre gentes, ciudad y fiestas tradicionales. En el caso de Sevilla, las fiestas de tradición que se integran en las calles de la ciudad son ante todo la Semana Santa, la Feria y en menor medida en la actualidad el Corpus. Se han necesitado cientos de años en ocasiones para encontrar la escala, la medida y el equilibrio, así como la naturaleza y el diseño de los elementos que participan en la fiesta.

Pero ¿por qué tengo la sensación de que en estas semanas de diciembre, hasta después de Reyes, la ciudad es un inmenso escaparate? Nací en una ciudad sencilla y provinciana en la que los niños estrenábamos la ropa para pasear, dos veces al año: en la Inmaculada y el Domingo de Ramos. Esa ciudad ya no existe. Quizás sea mejor. No lo sé. Recuerdo la época de Navidad muy familiar. Vacaciones escolares. Paseos por el centro con el abrigo nuevo y la neblina que producían los puestos de castañas. De vez en cuando los evoco en alguna escenografía. Visita a belenes y un repaso discreto a las tiendas de juguetes. Y la magia de la Cabalgata de Reyes que era una fiesta que hemos visto siempre con la mirada limpia e ingenua de los niños. ¿Por qué no basta hoy? ¿Por qué hay que convertir la ciudad en un inmenso escaparate con adornos y luminarias importados de otras ciudades y culturas? Ya sé que las ciudades actuales compiten en atraer visitantes, buscando mostrar lo mejor de sí mismas, potenciando lo que las diferencia de las otras ciudades. Pero lo hacemos de manera que cada vez se parecen más unas a otras, con los mismos adornos callejeros, la misma iluminación o parecida, y convirtiendo las calles y plazas en un fallido parque de atracciones.

En Barcelona se comenta en voz baja hace años, que fue a partir de la leyenda olímpica, de la "ciudad abierta al mundo", cuando empezó a planificarse de espaldas a los ciudadanos. Una planificación que priorizó las necesidades de los visitantes y no las de los habitantes. Hace años el turismo nos daba un respiro, sobre todo en navidades. Eso ya pasó también. Aunque sigo prefiriendo los mercados y mercadillos a las fachadas de centros comerciales y adornos callejeros llenos de bombillas que se compran al por mayor. Unas ciudades adornadas como esos escaparates de franquicias que llegan con instrucciones precisas de cómo deben montarse e iluminarse.

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