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Francisco Correal

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Jesús Quintero, el comunicador que calló un país con sus silencios

Excepcional. Sus entrevistas a Beni de Cádiz, el Vittorio Gassman del flamenco, o a Silvio, son insuperables. Pensaba en qué escribir en el 6 de Tussam

Jesús Quintero, en una imagen retrospectiva.

Jesús Quintero, en una imagen retrospectiva. / Antonio Pizarro

Llegó con sus silencios para acallar el griterío patrio. Fue el año del cambio. Hace cuarenta años algunos cambiamos de periódico; un país entero cambió de Gobierno, los que habían perdido la guerra llegaban a la Moncloa; y un hombre cambiaba de ciudad. Jesús Quintero (San Juan del Puerto, 1940-2022) dejó Madrid para volver a Sevilla, a la misma ciudad donde haciendo la mili en Tablada vio clara su vocación radiofónica. Fue un año de votos, pero él sólo traía su voz. Es facilón decirlo, pero aquel año 1982 en el que un loco se instaló en una colina le dieron el Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Lo suyo en parte ha sido la crónica de una muerte anunciada, él que a tantos resucitó con su palabra, que a tantas sanó con su nocturnidad sin alevosía.

Se ha ido el mejor comunicador que ha tenido este país. Entrevistador de personajes, como apunta Jesús Melgar, uno de sus más directos colaboradores, al final su biógrafo, una biografía "no autorizada ni consentida", en realidad el personaje era él. Sus entrevistas a Beni de Cádiz, el Vittorio Gassman del flamenco, o a Silvio, son insuperables. Venía pensando en qué escribir montado en el 6 de Tussam. Al paso del autobús por el Cachorro sonaban las campanas de las ocho de la tarde. La iglesia de la que fue feligrés Belmonte y donde se casó el rockero Silvio.

Un Quintero de San Juan del Puerto se embarcó con Colón en el primer viaje a América. Otro Quintero hizo las Américas quinientos años después, aunque vivió con mucho escepticismo la Expo del 92. La muerte de Camarón en julio de ese año frustró su proyecto de hacer un Eurípides sureño con el cantaor de San Fernando, Curro Romero y Távora. Había sido mánager de Paco de Lucía, de las hermanas Benítez y de Los Payasos de la Tele.

El loco fue tan literal que se pasó media vida huyendo de depresiones, ave fénix de sí mismo se reinventaba una y otra vez. Nació el 18 de agosto de 1940, en el cuarto aniversario del fusilamiento de Lorca. A Quintero lo fusilaron en las copisterías una legión de epígonos e imitadores. Por un par de días se va a perder el debut televisivo de Joaquín, del Betis de su alma, pero su modelo era más el de Cardeñosa. Fue rey Negro en la cabalgata de Sevilla (acompañado en la terna del arquitecto Ángel Díaz del Río y el empresario José Moya Sanabria) y pregonero del Carnaval de Cádiz, donde era tan icónico como Salvochea o Mágico González.

Se inventó un Mundial Cultural para mitigar el fracaso del Mundial balompédico de 1982. Instaló su colina en la Radio Nacional de la Avenida República Argentina, pero en abril de 1983 se fue a la Ser. Fue el primero en abandonar el sueño socialista, aunque mantuvo la amistad con Felipe González y fue anfitrión de Carmen Romero cuando Borges se presentó con María Kodama en la plaza del Lucero para escuchar flamenco.

Sus fotos con Serrat y Rocío Jurado presidían la entrada del Teatro Quintero que abrió en la calle Cuna en el antiguo cine Pathé. Arturo Fernández, que cumplió 90 años en el escenario, fue uno de los últimos artistas de esta faceta de empresario, el contrapunto del artista, su cuota de doctor Jekyll y mr. Hyde. Tuvo gloriosos guionistas como Raúl del Pozo, que escribía las preguntas de Quintero y los discursos de Suárez, el poeta Javier Salvago o los periodistas Félix Machuca y Juan José Téllez. Y un hermano simbólico del Polígono San Pablo que le daba todas las noches el premio Cervantes. Fue el Fellini del Risitas en su particular parada de los Monstruos.

Encabezó proyectos como Radio Romántica o Radio América. Hijo de San Juan del Puerto, vecino de Moguer, la patria chica de Juan Ramón Jiménez, Nobel en 1956. De niño, le gustaba visitar el monasterio de La Rábida. Una premonición de su sueño americano. Debería haber patentado sus silencios y esa sonrisa de perro pulgoso que le quitaba solemnidad y protocolo al arte de la entrevista, un género periodístico que la inmensa mayoría de sus colegas se encargan de banalizar a diario. Mucho ruido. Descanse en paz con la guerra fuera.

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