El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia&empleo@grupojoly.com

El darwinismo concentrador

La tasa de destrucción de empresas es mayor que la del aumento del paro o la de la caída del PIB

LA reconversión del sistema de relaciones corre que se las pela: lo que hubo casi ha desparecido, y todavía no hemos entendido cuál es la profundidad del cambio de era. No el cambio de era de los maya del día 21 -sin cataclismo, a poder ser-, sino el menos místico, o sea, el de la involución y la teletransportación de un país a algunas décadas atrás. El proceso de deterioro de las relaciones económicas lo percibimos por síntomas micro y sociológicos de andar por casa, como la creciente legión de buscavidas por la calle, o la fatuidad de unos grafiteros cuyas artísticas deposiciones nadie limpia ya, o las farolas y semáforos repletos de ofertas de servicios baratitos pero con mucho menos papeles que la propia farola, o por el descenso del tráfico a motor y la desaparición de las colas en las gasolineras, o por la vuelta de los nativos al autobús público, o por la eclosión de bares refugio antidesempleo y el poco dinamismo del consumo de sus clientes. Si subimos al observatorio macro, utilizamos indicadores para apreciar técnicamente la deriva del deterioro público y privado en España: el PIB cae y más que va a caer (Funcas augura una caída del 1,6% en 2013), el paro crece sin que se sepa si el ascensor ha caído al piso más bajo (los últimos datos nos colocan de media en un paro registrado de 4,9 millones de personas; Andalucía acapara una parte más que proporcional en este oprobio). Pero, con todo, el dato más descorazonador es el que atañe a la destrucción de empresas. Es ésa la sangría originaria a parar.

La velocidad de la mortandad de empresas es superior a la caída del producto, y también es superior al incremento del paro. En su mayoría, las empresas que caen son pequeñas y medianas, lo cual forma parte de la escabechina darwinista que se manifiesta en mayor concentración de riqueza, tendencia al oligopolio y, en definitiva, inestabilidad social y falta de libertad emergentes. El crédito que hay es para los más grandes, para su refinanciación o para posibilitar la merma del empleo galopante mediante la financiación de unos despidos que no por muy abaratados dejan de ser costosos. Money for nothing, que cantaban Knopfler y Sting: dinero para nada. Mientras, la mortalidad se ceba con las pymes. De las más de 450.000 empresas que han desparecido en España desde 2008, la mayoría son autónomos, microempresas o pymes. Es decir, las bajas provienen de eso que vendemos como emprendedores, los salvadores de su vida y parte de la de los demás. Este tipo de empresas son la epidermis de nuestro sistema económico, el 99% de las empresas nacionales. Las de cercanía, las familiares, las del hombre o la mujer hecha a sí misma, las del autoempleo, las que tienen mayor responsabilidad con los trabajadores con quienes a diario convive físicamente. No las grandes empresas cada vez más grandes y de difícil trazabilidad y control, acaparadores del soma del crédito y los contratos públicos (el 20% de los ingresos de las empresas del Íbex son públicos), dribladoras del impuesto, capaces de perturbar los precios y los mercados, por no hablar de las voluntades políticas de aquellos que esperan ocupar un puesto de buena plata en un consejo: "Su sillón, gracias por los servicios, ministro". Las grandes empresas -España las tiene de relumbrón- son necesarias y son las grandes fuentes de empleo, innovación y exportación. Pero su concentración y la correlativa desaparición de las pequeñas empresas son realidades nefastas para la cohesión social, y también para la libertad individual (¿paradoja? Qué va). Por ejemplo, sin medios de comunicación de mediana dimensión la democracia será una farsa mayor. Sin competencia real en el mercado de la energía, nos están friendo con la alucinante connivencia del Gobierno.

Y si encima por la cúpula patronal transitan granujas sin la mínima responsabilidad social más allá de paripés, sino con el máximo de capacidad de trinque, apaga y vámonos.

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