La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La importancia del tío de los botellines
La tentación de desvestir un santo para vestir otra es recurrente en muchos aspectos de la vida y la política no se escapa de ella. La profunda crisis política que atraviesan los socialistas y que se llevará por delante a alguien tan adaptable a entornos hostiles como Pedro Sánchez ha propiciado una teoría, que triunfa estos días en algunos círculos madrileños, sobre la necesidad de colocar al frente del PSOE al presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa. Si finalmente esta posibilidad se convierte en realidad se habrá malbaratado la que posiblemente sea la operación política más interesante que se ha puesto en marcha en España en los últimos años y que posibilitó que los separatistas dejaran de gobernar Cataluña.
Las consecuencias fueron inmediatas y positivas. Cataluña ha dejado de ser un problema o, por lo menos, ha dejado de ser el problema que era. Ha habido que pagar un precio por ello y, seguro, un precio elevado. Pero que ha merecido la pena es algo que nadie duda ni en el PP, aunque a veces parezca lo contrario. Desmontar lo conseguido y abrir de nuevo la espita de la tensión es algo que se debería meditar cuidadosamente. Se corren muchos riesgos y se ignora que el PSOE es un partido muy amplio en el que se pueden buscar alternativas a Sánchez que logren un consenso amplio en el seno de la organización y que pueda ser aceptado por la mayor parte del electorado.
Estas operaciones de recambio no suelen salir bien. En Sevilla tenemos un ejemplo reciente, que los socialistas todavía están pagando. Cuando Pedro Sánchez descabalgó a Juan Espadas de la Alcaldía de la capital de Andalucía para que se encargara de la eliminación política de Susana Díaz y de sus partidarios y pusiera en marcha la operación de reconquista de la Junta, algo que entonces no parecía tan quimérico como ahora, se equivocó de forma rotunda y total. Sánchez ignoró que el gobierno de Sevilla era, con diferencia, la instancia de poder más importante que tenía su partido en Andalucía. La malbarató y abrió las puertas para que el PP llegara al Ayuntamiento de Sevilla con un candidato que no era ni mucho menos una opción a priori ganadora.
El resultado fue un desastre. Juan Espadas, que tenía de cara renovar como alcalde, se marchó disciplinadamente al puente de mando del PSOE y cumplió, mal que bien, la primera parte de la encomienda: el susanismo quedó desarticulado, aunque no eliminado. Pero en la segunda cosechó un fracaso estrepitoso. Nunca el PSOE andaluz ha estado más lejos de gobernar Andalucía. Y la Alcaldía de Sevilla se perdió sin que por ahora se vean opciones serias de que la recuperen. De paso, se acabó con la carrera política de Juan Espadas porque fue la cara de la derrota de 2023 en la que Juanma Moreno consiguió la mayoría absoluta.
No tocar lo que funciona es un consejo sabio que nunca se debería echar en saco roto. El reemplazo de una pieza por otra no garantiza que la máquina funcione igual. Más bien es hacer una apuesta por todo lo contrario.
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