Coge el dinero y corre

fede / durán

La deuda mata, la deuda libera

LOS Presupuestos Generales que maneja el Gobierno de Mariano Rajoy plantean de inicio un desfase ingresos/gastos de más de 49.000 millones de euros. Según los especialistas, la partida de ingresos es optimista. El Estado se nutre principalmente de la recaudación obtenida vía IRPF, IVA y Sociedades. El grosor del primer flujo depende en enorme medida de la salud del mercado laboral (el paro registrado aumentó de nuevo ayer: 17.920 inscritos adicionales en el ex INEM), en la misma medida en que el segundo está estrechamente asociado al consumo y el tercero, ay, al vigor del tejido empresarial, que por primera vez en 2012 y desde que se contabiliza este dato (2004) arrojó en conjunto pérdidas de 94.543 millones.

La reforma constitucional de 2011 reescribió el artículo 135 para consagrar el concepto de estabilidad presupuestaria. Más allá de lo que diga Bruselas en cada ejercicio (esa letra se la saltaron alegremente no sólo los países del Mediterráneo sino las conspicuas Alemania y Francia), la filosofía subyacente no es otra que gastar lo que se tiene, precepto ofensivamente utópico en una economía mundial que extrapola los desmanes de los mercados a la contabilidad de las administraciones, agrandando esa bola de nieve que únicamente atañe al ciudadano no nato.

La deuda pública española frisa el 94% del PIB. Puede alegarse que otras naciones andan peor. Italia, por ejemplo y por observar a un primo hermano, está en el 132%. Pero la visión es incompleta si no se añade al cuadro la periferia de la deuda privada, que en España actualmente dobla el PIB con mucha holgura y rebasa en unos ochenta puntos porcentuales la marca del país transalpino. Por si fuese poco, sólo EEUU acumula una deuda con acreedores extranjeros (deuda externa) superior a la nuestra (5,6 vs 1,4 billones de dólares al cierre de 2013).

El desfase, además de técnico, es moral. Cuando Gallardón deja el Ayuntamiento de Madrid para acariciar un ministerio que finalmente ha sido su tumba política, la huella de su gestión ya es indeleble: casi 7.000 millones de deuda, la más alta con diferencia en el mapa municipal, con consecuencias tan visibles como la suciedad callejera. Nadie debería perpetrar semejante dispendio, y menos que nadie ese tipo de dirigente adicto al proyecto faraónico (o sea, al fálico despliegue). El erial español está repleto de pirámides inacabadas.

En una cosa tienen razón los independentistas catalanes. Si nadie respeta un artículo de la Carta Magna tan crucial para el bienestar como el mentado 135, apartados primero y segundo, ¿por qué habrían de reverenciar ellos la indisoluble unidad de la nación española? Al fin y al cabo, las identidades e incluso la historia no dejan de ser nebulosas, nubes maleables, formulaciones tendentes a acolchar ambiciones cambiantes. Los números, sobre todo si son rojos, exhiben un poder de destrucción infinitamente superior. Son, por cierto, los mismos números que invocan quienes niegan a la secesión recorrido alguno fuera del club de los Cinco Siglos, números que se deslizan en los sumideros del olvido en el resto de ocasiones, porque un número es apenas una ficción, una broma, el hilillo de alquitrán que esconde la verdadera naturaleza del capitalismo, basado en el avance a partir de la deconstrucción.

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