Pablo gutiérrez-alviz

Vicedirector de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras

El divino interfecto

Ha fallecido con una violencia simbólica: ha muerto en contra de su voluntad, de su vitalismo

El mundo de las letras sevillanas anda de luto y solo se habla del portentoso interfecto. Como cualquier lector puede imaginar me refiero a Aquilino Duque. Persona radicalmente libre y un gran hombre de letras en el más amplio sentido de la palabra. Porque, además de jurista políglota (y funcionario internacional), llegó a ser un sobresaliente novelista, un sublime poeta, un perspicaz ensayista, e incluso un fino traductor de relevantes obras literarias extranjeras. A pesar del Premio Nacional de Literatura de 1974, no obtuvo el reconocimiento intelectual que merecía. La envidia con ciertos prejuicios políticos de muchos ignorantes, y su propio talante polemista impidieron que subiera al Olimpo oficial de los escritores escogidos. Curiosamente, hace poco falleció un oscuro dramaturgo vasco, abierto colaborador de Herri Batasuna (y de todo el entorno etarra), y las secciones culturales de la prensa nacional no se recataron al elogiar a este macabro autor de teatro abertzale.

Aquilino era un destacado miembro de número la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Y en su seno, desplegaba con brillantez toda su sabiduría y erudición. Recuerdo que, al finalizar una reunión académica, me preguntó por la marcha de mi notaría y en tono jocoso le comenté que solía estar rodeado de muertos (a través de sus respectivos herederos). Al instante salieron varias particiones literarias en las que ambos habíamos intervenido, él como amigo o conocido de los interesados, y yo como simple comentarista. Hablamos del caso de la herencia de Cela, del poeta Bousoño y la discutida titularidad de Archivo personal de Aleixandre, y del testamento de Rafael Alberti y su languideciente fundación.

Volvimos al tema de los muertos y, en concreto, sus sinónimos notariales más corrientes: finado, difunto, fallecido o causante. En ese momento, como dominador del idioma patrio, me hizo ver que también podría utilizar la primera acepción de la palabra interfecto: persona muerta de forma violenta, especialmente si ha sido víctima de una acción delictiva. Aquilino abundó en que hasta la muerte más dulce tiene algo de violencia: siega la vida, y lo hace mediante el robo definitivo del ser querido.

Y el magnífico literato del que estamos hablando podría cumplir el primer significado de interfecto. Ha fallecido con una violencia simbólica: ha muerto en contra de su voluntad, de su exultante vitalismo. Iba a ser operado en breve y anhelaba una pronta recuperación para seguir escribiendo. Por otra parte, no hay duda de que su fallecimiento ha sido una acción delictiva: su óbito ha sido un robo para todos, y muy particularmente para la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de luto permanente desde hace dos años, que pierde a uno de sus más insignes miembros.

Nuestro divino interfecto, de profunda fe cristiana, gozará de la eternidad, y terminará siendo reconocido como un excelso escritor de talla internacional. Descanse en paz

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