Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Una ciudad como Sevilla debe cuidar con esmero sus negocios propios, los que le dan un sello único en un mundo globalizado de urbes que sufren una galopante despersonalización. La imagen de la ciudad debe mucho a una serie de negocios que están en el imaginario colectivo de varias generaciones de sevillanos, asociados a momentos fundamentales de su existencia o directamente a la vida cotidiana. Es plausible que el Ayuntamiento enriquezca el catálogo de establecimientos emblemáticos para distinguir a quienes nos hacen distintos, como Casa Robles, Joyería Reyes o el Hotel Inglaterra, tres de los negocios que han sido reconocidos en la última hornada. La vitola oficial tiene su importancia en una ciudad que, como las grandes capitales, sufre los problemas de un turismo depredador. Sería el momento de ir a más, como se le exigió a anteriores gobiernos, de tomar también medidas para que se ayude a la pervivencia de estos negocios. Muchos se perdieron por efecto de aquella ley que acabó con las rentas antiguas, otros por la falta de relevo generacional y, por supuesto, algunos cayeron por la crisis económica y la falta de renovación en sectores que se actualizan a gran velocidad. Siempre hemos preguntado a los alcaldes si se podían arbitrar ventajas fiscales u otro tipo de incentivos para ayudar a establecimientos de cincuenta, setenta o más de cien años de actividad.
La lista de los caídos es amplia en lo que va de siglo XXI. Y las sustituciones siempre han sido a cargo de negocios franquiciados, de apertura rápida y cierre veloz si no han cuadrado las cuentas en el correspondiente despacho de la multinacional en Madrid. Y todos con una estética que se puede encontrar en Badajoz, Barcelona o Gijón. Los negocios emblemáticos vertebran la mejor imagen de una ciudad. Y mucho mejor si a la historia y la estética se suma una forma también única de atender al público en la que el cliente se siente especial por unos momentos. Todo sevillano debería entrar al menos una vez en la Joyería Reyes y disfrutar de un comercio con una estética que responde a los cánones eclécticos del siglo XIX y, sin embargo, en su interior exhibe un extraordinario muestrario modernista. Fue diseñado por un decorador francés que alternó los dibujos florales de las paredes con los murales del techo sobre la mujer y las joyas. Todo sevillano debería conocer las trayectorias de Manuel Otero Luna y Juan Robles, triunfadores en sus oficios, creadores de riqueza y que dejaron una ciudad mejor. Contribuyeron al sello personal de Sevilla. Bien está que el gobierno de la ciudad ponga el foco en estos establecimientos que nos sacan de la estampa despersonalizada, desarraigada y vulgar.
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