La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
No encontrará aquí el lector nada que desdiga o refute cuanto nos enseñó Laín Entralgo en una genial obra (La espera y la esperanza, Revista de Occidente, 1957). Si me permito hablarles de estos tres términos es porque demasiadas veces confundimos la esencia de cada uno y vemos nuestros deseos quebrantados por ignorar sus diferencias. En todo, pero actualmente con grave alcance en nuestro panorama político, quien persigue un fin no acierta a encajar su búsqueda en la actitud cabal, en aquella que le otorgue alguna posibilidad de éxito.
Es fácil definir la espera. Consiste en permanecer en un lugar o situación hasta que avenga algo o alguien llegue. Siendo condición necesaria para la esperanza, en sí misma se resume en una conducta absolutamente pasiva, contempladora de lo que pase, sin querer, o sin poder, propiciar su acontecer. Con matices distintos aunque similares, la expectativa se concreta en un aguardar cauteloso, calculador, cerebral, aunque, dice el DRAE, “sin actuar ni tomar una determinación hasta ver qué sucede”. Vivir en un mundo de expectativas se concreta en un diálogo privado, falto de cualquier expresión externa, fiado en el acaecer mágico de las cosas y, por ende, normalmente improductivo. La expectativa es en realidad una esperanza evasiva, inerte, pasiva, que se agota en su propia inacción. Ni persigue ni se empeña.
La esperanza, por último, es un estado mental o emocional que implica un aspiración optimista de que lo deseable ocurra en el futuro o de que las circunstancias mejoren. Exige coraje, una espera paciente y perseverante que no ceda al desánimo. Dice José Carlos Bermejo, religioso camilo, que la esperanza es como la sangre, algo que circula por dentro, que debe circular y te hace sentir vivo. Si no la tienes, añade, estás muerto. Es, claro, lo contrario a permanecer a la expectativa: el atreverse a pedir, el comprometerse en voz alta con el horizonte alentado. Un hacer activo que manifiesta lo que nos aventuramos a soñar y a lograr.
Nada que uno perciba hoy en la oposición española. Agazapada en la expectativa, cuando no en la simple espera, contempla el desmoronamiento del país sin ofrecer alternativa ni jugársela. Un error, entiendo, que conduce mucho más rápido a la desesperación que a la ilusión esperada, proclamada y cumplida.
También te puede interesar
Lo último