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DEJANDO a un lado las complicadas relaciones que mantiene España con algunos países de la América hispana -como Venezuela, Argentina o Cuba-, los problemas de la política exterior española tienen desde hace décadas dos nombres: Gibraltar y Marruecos. Y los dos reaparecen con fuerza en este comienzo de agosto para demostrar que siguen siendo las asignaturas pendientes de nuestra diplomacia y, de paso, que son situaciones que hay que lidiar con mucha mano izquierda porque las relaciones con Londres y Rabat están condenadas a los sobresaltos por tiempo indefinido. En el caso del indulto concedido por Mohamed VI al condenado por pederastia de nacionalidad española encarcelado en una prisión marroquí, está claro que es el Gobierno del reino vecino el que ha cometido un error de graves consecuencias, en el que de alguna forma las autoridades de ese país intentan implicar a España. El indulto se produjo después de que el Rey, en su último y productivo viaje a Marruecos, se interesase por la situación de los presos españoles, aunque nunca pidió medidas de gracia para el pederasta. Es por tanto responsabilidad exclusiva de Rabat todo lo que ha pasado tras su puesta en libertad, con incidentes violentos en varias ciudades provocados por una indignación de la ciudadanía perfectamente comprensible. El papel de nuestro Gobierno ha sido el correcto al detener al condenado tras la anulación del indulto, y ahora debe garantizar que cumpla el resto de su condena, sea en una cárcel española o marroquí. En el caso de la nueva escalada de tensión con el Reino Unido tras el descarado acoso de las autoridades gibraltareñas a los pescadores españoles, estamos ante uno de los periódicos conflictos que se derivan de un problema anacrónico en una Europa que en la práctica ha desmantelado sus fronteras. Además, Londres y Madrid saben, como lo saben las autoridades del Peñón, que el contencioso no tendrá solución mientras se mantenga el estatuto colonial del territorio que se usurpó a España hace tres siglos. Lo que han hecho las autoridades españolas en esta ocasión ha sido, ni más ni menos, responder con contundencia a las provocaciones del Gobierno de Fabian Picardo. Como decía el ministro García Margallo el pasado fin de semana, se ha acabado el recreo. Pero son aconsejables grandes dosis de prudencia porque al final, en estos casos, siempre salen perdiendo los habitantes del Campo de Gibraltar y los miles de trabajadores españoles de la zona que se intentan ganar honradamente la vida al otro lado de la verja.

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