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Un día en la vida

manuel Barea /

El éxito de las élites

Apoco que se atienden las informaciones sobre Cataluña o Volkswagen -por citar dos de los asuntos que copan los principales titulares desde hace un tiempo- llega uno a la conclusión de que todo es (o lleva camino de ser) un Fracaso. Con F mayúscula. No es sorpresivo, si se tiene en cuenta la calaña de quienes parecen haber decidido que vivamos en una desazón permanente como fórmula idónea para tenernos controlados, a su capricho, y poder satisfacer sus deseos haciéndonos creer con el embuste de la publicidad y la propaganda que colmamos los nuestros como consumidores y como administrados. Hay otras f, de fraude y de fulleros, pero la del resplandor dañino que nos ciega desde un neón imponente es la de Fracaso. Lo han levantado con trampas y mentiras. Han puesto las primeras y nos han llevado hasta ellas con las segundas para engordar su negocio en un caso o alcanzar la victoria en otro: el poder en las finanzas y en la política. Y encaramarse a él mediante artimañas no es sino la constatación de ese Fracaso. Más que rotundo, que es el calificativo que casi siempre lo acompaña, monumental. Un Fracaso en el que nos sumimos y que llevamos a cuestas al permitir que la trapaza y la mezquindad sean preferibles a la honestidad y el sentido común para alcanzar el éxito o la satisfacción por el trabajo bien hecho. Porque sobre unos cimientos cuajados de Fracaso se levanta el emporio automovilístico estos días en entredicho y se aguanta esa pesadez que es el desbarajuste político y social que tiene mareadas a España y Cataluña.

Se dice que están mal vistos el derrotismo y el lamento; bien. Que no tiene buena prensa el pesimismo; vale. Pero es que mira uno a un lado y a otro y tanto si pasa por delante de un concesionario como de un ultramarino percibe el tufo a motor trucado o a butifarra caducada. Puro derrumbamiento. En economía y en política. Se huele el Fracaso en un territorio que exporta e importa hostilidad y en la fábrica de un monstruo del automóvil tunante, con los dirigentes políticos del primero y los ejecutivos de la segunda bañándose en tinas impregnadas con falsas esencias de éxito, un perfume tan barato como efímero. No hace falta tener una partida de nacimiento catalana ni conducir un modelo de Volkswagen para olfatearlo.

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