TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El exterminio de las palomas

La paloma es el ave por excelencia de Sevilla y exigir su exterminio es como pedir el derribo de la Catedral

El 78% de los lectores de este periódico -o al menos los que se tomaron la molestia de contestar a la encuesta que publicó nuestra página web- opinan que "hay que acabar por completo con las palomas, y cuanto antes". No puedo estar más en desacuerdo con ellos. Probablemente nuestra honorable audiencia opine que las zuritas son bichos sucios y ruidosos -"ratas del aire", le llaman en Nueva York- y por tanto merecen el exterminio, sin tener en cuenta su largo historial ciudadano, mítico y literario, lo cual no deja de ser un ejemplo más de la barbarie de estos tiempos de reguetón y patinetes. Pero, con total seguridad, los apologetas de la matanza no han caído en la cuenta de que toda la población de columbiformes de la ciudad genera menos decibelios y porquería que un solo y animado velador de gambas y cervezas o un abominable botellón de parque, algo por lo que, evidentemente, no vamos a pedir el cadalso para la respetable clientela o la alegre muchachada. Entre otras cosas porque no sería constitucional.

No voy que recurrir a la preceptiva foto de la Plaza de América -rito de paso de todo niño sevillano- para hacer una defensa de la paloma, ave que, poniéndonos líricos, es un "temblor de escarcha, perla y bruma", como describió Lorca a su pichón del Turia. Prefiero evocar las antiguas azoteas de Sevilla donde, antes de la radio e internet, los colombófilos construían sus palomares con el antiguo sueño de la comunicación universal (luego resultó que aquello era Twitter y Tik Tok). Los palomares siempre fueron escuelas de nobleza, rincones del campo en una ciudad que siente nostalgia de su alfoz. No se pueden concebir los cielos hispalenses sin el alegre vuelo de una torcaz, como tampoco las largas siestas del verano sin el lejano y divino zureo, cuando los cuerpos se aplatanan junto a las piscinas silenciosas de las tres de la tarde. La paloma es el ave por excelencia de Sevilla y exigir su exterminio es como pedir el derribo de la Catedral o la recalificación del Parque de María Luisa.

Es normal que en estos tiempos impíos que corren la colombofobia se haya adueñado de una ciudadanía que pide guillotina para todo aquello que moleste su aburrida e higiénica vida. Quieren retorcer el cuello al ave que Yahveh eligió para anunciar el fin del diluvio y que la iconografía cristiana asignó al Espíritu Santo, por no hablar de la virgen de las Rocinas. Tal acto criminal sólo se puede justificar para hacer un buen arroz dominical o surtir al bar Bistec de sus famosas palomas en salsa, pero nunca para contentar a unas masas digitalizadas que han perdido todo contacto con lo sagrado. ¿Qué será lo próximo? ¿Acabar con las chicharras de julio?

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