TODOS sabemos que hay una serie de normas no escritas que unifican los estilismos a la hora de ir a determinados sitios. A la playa se va en chanclas, en un entierro no se usa el amarillo y el pintarse como una puerta mejor dejarlo para los viernes por la noche. Pero, cuando el lorenzo aprieta -y deja casi sin vida al personal-, estas directrices se pasan un poco por alto. La sobriedad del pantalón de pinza se sustituye por la frescura de la falda corta, la rectitud de la manga francesa pasa a mejor vida gracias a la tiranta y los escotes se pasean por las oficinas como Pedro por su casa. Todo bien. Ya que no queda más remedio que ganarse el pan en verano, qué mejor que hacerlo de manera cómoda. El problema viene cuando no toda la plantilla tiene el derecho divino para gozar de esa comodidad.

Si tienes vagina, estás de enhorabuena. Tus piernas pueden disfrutar de la cálida brisa estival y el largo de tu falda no será problema alguno. Si en el reparto de sexos te tocó ser hombre, suerte. Tus muslos vivirán presos todo el verano en la cárcel del pantalón vaquero.

Mientras los varones de la oficina aguantan estoicamente los más de 40 grados que nos está regalando este verano sin rechistar, las mujeres seguiremos yendo fresquitas y con estilismos a veces propios para ir a la playa. El lumbreras al que se le ocurrió la idea de marcar las líneas a la hora de vestir en el trabajo, en su afán por guardar las formas, pensó que si un hombre iba a faenar en bermudas -que no shorts- se estaba atentando contra la ley no establecida de los estilismos. "Un tío no puede ir a trabajar como si fuera a la playa, tiene que saber siempre en el lugar en el que se encuentra", es la justificación que usan algunos. Pues nada, vosotros a guardar las formas, nosotras a enseñar cacha, que aunque no sea políticamente correcto, alegra la vista del más moralista y, claro, así se le olvida a cualquiera que un día alguien dijo que al trabajo no se podía ir vestido como si se fuera a echar el día en Chipiona.