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La ciudad y los días

carlos / colón

Nos faltaba la cobra

LO que nos faltaba, encima de lo que tenemos que soportar y sufrir cuando paseamos por Sevilla, es que nos mordiera una cobra venenosa como si fuéramos Debra Paget en La tumba india. Porque, si no bastaran los diarios padecimientos a los que nos somete esta ciudad, aparece la cobra huida de la casa de un señor con gustos tan extravagantes que, además del bicho prófugo, convivía con dos serpientes pitón.

Eso sí, el bicho me da pie (muy forzado, lo reconozco) para recordar que los sevillanos vieron por primera vez la cobra de La tumba india en el Pathé, en mayo de 1938, en la nueva versión sonora interpretada por La Jana que la bailarina alemana había rodado ya en 1928 en versión muda. La Jana era la diosa erótica del cine nazi, el que mayoritariamente, junto al de la Italia fascista, se veía en España durante la Segunda Guerra Mundial. La película fue recordada por la generación de mis padres durante décadas. No es para menos, visto el baile de La Jana a los pies de la gigantesca escultura de la diosa (en el caso de que los censores no la suprimieran: algunas películas alemanas tuvieron problemas con la censura franquista a causa del gusto pagano de los nazis por los desnudos). Prueba de la larga memoria que esta película dejó es que se repuso en el Coliseo España en julio de 1952.

Mi generación tuvo su propia La tumba india con la nueva versión dirigida por Fritz Lang en 1959 e interpretada por Debra Paget, estrenada en el Florida (q.e.p.d.) en septiembre de 1963. Yo la vi un par de años antes en el cine Roxy de Tánger. Gracias a ello, además de adelantarme a mi amigo Alberto, que la vio de reestreno en el Bécquer, pude ver completa la "very hot" danza de Debra Paget con la cobra de pega ( se le veía el hilo que la sujetaba) que los censores mutilaron.

Agradezco al dueño de la cobra el pretexto para evocar una de mis películas favoritas. Pero habrán de convenir que se está exagerando en lo de tener bichos peligrosos y asquerosos. Es lo suyo que muerdan las cobras a las bailarinas exóticas liadas con maharajás o a los aventureros con chupa de cuero y sombrero de alas blandas. Pero nosotros, mustios divagadores de una ciudad que fue hermosa, adoradores de la rutina y lectores en casa -que diría don Jorgito el Inglés- de aventuras impresas o filmadas, no nos merecemos tropezarnos con una cobra. Demasiado aventurero y exótico para nuestra mediocridad provinciana.

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