OCHO equipos, cada uno en su laberinto, han cambiado de entrenador en lo que va de temporada. Ocho clubes víctimas de su desesperación o ávidos de su esperanza que creían poder dar un nuevo rumbo a su política deportiva en busca de los objetivos deseados. Casi todos ellos, desde que comenzaron hasta ahora, van cumpliendo mal que bien sus propósitos y, dentro de su capacidad y las posibilidades que ofrecen sus plantillas y sus directivas, siguen nadando en busca de tierra firme.

Casi todos los nuevos técnicos manejan porcentajes que oscilan entre el 40% y el 60% de puntos conseguidos desde su llegada. Sólo el recién aterrizado Javier Clemente (dos puntos de nueve, un 22%) y Manolo Jiménez (8 de 27, un 29%) quedan fuera de estos márgenes, aunque al de Baracaldo aún se lo espera y el de Arahal bastante tiene con reunir fuerzas cada mañana para ir a entrenar. Es Míchel (7 de 12, 58,3%) el que encabeza esta presunta clasificación que cierra, Sporting y Zaragoza aparte, el triunvirato del Racing con el 41,6%. Entre ellos, Caparrós y su Mallorca (43,8%), Molina y su Villarreal (44,4%), Abel y su Granada (50%) y Simeone y su Atlético (51,8%).

Lo que no entra dentro de estos fríos números son las sensaciones aportadas por los dos top de esta virtual clasificación, mucho más tras lo visto el pasado sábado en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Mientras al Sevilla se lo ve en franco crecimiento, al Atlético se le agota el cuento; mientras a Míchel se le reconoce un modelo, Simeone apenas sobrevive a un concepto; mientras el actual Sevilla insiste con el fútbol, el reciente Atlético premia su destrucción… y mientras a Míchel se le examina con lupa cada paso que da tras sumar 7 puntos de 12, a Simeone se le postula a entrenador del año tras completar cuatro de los últimos 15. Es la fanfarria del fútbol, a la que nunca le importó el juego y que ya no atiende ni a los resultados.