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José Joaquín Gómez

Una fiesta sin nostalgia

UNA celebración que empieza y acaba con un repique de pino mayor de la Giralda, es, sin lugar a duda, la fiesta por antonomasia de la ciudad. Así ha sido y será. En las primeras horas del Domingo de Ramos la torre fortísima de Sevilla lanzó a los cuatro vientos sus campanas para anunciar que, un año más, Dios mismo vuelve a bajar por la rampa del Salvador -al son de trompetas y redoblar de tambores- e idéntico sonido de los bronces se repetirá al filo de la madrugada del Domingo de Gloria para dar a conocer a la ciudad la gran noticia de Resurrección de Cristo a los pies de la torre de Santa Marina.

Una celebración donde se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor; donde se celebra la redención del pueblo de Dios, no puede ser una fiesta exclusiva ni excluyente; tiene que ser forzosamente una fiesta de todos y para todos, donde todo el mundo tiene su sitio y cabida; porque el Señor vuelve a entrar en Sevilla con el mismo ánimo que fue a casa de Zaqueo "en busca del hombre enfermo y no del hombre sano".

Una fiesta que se vive con en el alma y que corre por la sangre de las venas de los sevillanos, una fiesta que se disfruta con el corazón y hace explotar nuestros más íntimos y arraigados sentimientos; una fiesta que eclosiona nuestras emociones como fluye un manantial de agua limpia y cristalina.

Una fiesta sin nostalgia.

Conforme pasan los años y nos faltas seres queridos en nuestra vida, la nostalgia y la melancolía hacen acto de presencia en determinadas fechas del calendario, donde los recuerdos y las ausencias inundan nuestros sentimientos llenando nuestro ánimo de congoja y tristeza; pero en Semana Santa no ocurre así, en Semana Santa si alguien o algo falta en tu vida sientes una fuerza sobrenatural -el Gran Poder de Dios- que te ayudan a vivir en plenitud estos días tan hermosos; porque volvemos a hacer aquello que él hizo y que a él le gusta que estés haciendo; y cuando tú faltes los tuyos harán lo que ahora haces y te gustará que ellos hagan.

Es sin duda una fiesta vivida con alegría, donde la tristeza no tiene cabida porque nuestro espíritu se inunda de Esperanza. Alegría de volverla a vivir, de marcar con una muesca en el corazón otra Semana Santa más de nuestra existencia. Alegría de compartirla con los tuyos, con tu familia y con tus amigos, con tus hermanos de siempre en la Hermandad; y lo más importante, de vivirla en tu interior, con tu propio espíritu "en directa relación con lo divino".

Una fiesta de recuerdos pero sin añoranzas, donde nunca el tiempo pasado fue mejor, porque el mejor es el que hoy estamos viviendo, porque siempre es igual pero siempre es distinto.

Por eso, amigo lector, cuando hemos llegado al ecuador de otra Semana Santa, te invito a vivir los días grandes que están por llegar con toda la intensidad de que seas capaz; amándola como se ama a Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

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