Fuego

19 de agosto 2025 - 03:07

Dejando de lado la espeluznante serie sobre los amores de verano que está publicando el diario de progreso, la tragedia de este agosto tiene que ver con los incendios que según explican los expertos –y adelantaba el gran W. G. Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción, donde tratando de los bombardeos de los aliados sobre la Alemania nazi describía el mismo fenómeno– han intensificado su poder destructivo hasta alterar las condiciones atmosféricas. Como ocurría en las ciudades sometidas al castigo de las fuerzas aéreas británicas y estadounidenses, en las áreas arrasadas por los llamados incendios de sexta generación las altísimas temperaturas crean corrientes verticales de aire, pirocúmulos y tormentas ígneas que multiplican los focos y hacen que el fuego adquiera dimensiones colosales. Se ceban en la zona mediterránea y llegan a latitudes donde antes eran impensables. Podrán discutirse las causas o los posibles remedios, pero los efectos del cambio climático son innegables y las series de datos no engañan: años más secos, con más olas de calor y registros cada vez más altos y más duraderos. Ni los reiterados avisos de los científicos sobre los riesgos que corre la península, donde hace tiempo que las proyecciones señalan, entre otros males asociados, un aumento del número y la virulencia de los incendios, ni la desatendida pedagogía de todos los veranos, con la que los especialistas –no los chamanes o los predicadores, sino los que saben– tratan de explicar lo que se debe evitar y lo que puede hacerse, han logrado que nuestras autoridades pongan los medios para combatir esta cíclica devastación o al menos mitigar los daños. Lo razonable, si en España esa palabra no hubiera sido desterrada del lenguaje político, sería que los titulares de las diferentes administraciones coordinaran esfuerzos, compartieran recursos y pusieran en marcha planes conjuntos, que pasan, como nadie ignora, por invertir en el medio rural para que ni los pueblos ni los campos ni los montes queden abandonados. Para eso están ahí esos señores que vuelven de sus merecidas vacaciones con cara de fastidio, no para echarse la culpa unos a otros, no para justificar su habitual inacción ni seguir abusando de nuestra paciencia. Cualquier crisis, cualquier debate nacional conduce entre nosotros a la misma gresca y hasta los desastres son objeto de discusión partidaria. Ellos son el desastre y a veces entran ganas de arrojarlos a las llamas.

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