POSIBLEMENTE, tras la unificada jornada de esta noche todo el pescado esté vendido. El pescado que queda, que es mucho, pues sólo los dos primeros puestos y el último están resueltos. Lo demás sigue en el aire, incluso ese premio aparentemente menor, pero que en esta ciudad cobra especial importancia, de quién quedará encima de quién, si papá o mamá. Cosas que le dan un sabor indudable a este juego llamado fútbol y que sabe, a veces, a aquello de que a falta de pan, buenas son tortas. Y es que pocos hubieran imaginado hace nada que se iba a llegar a la línea de meta con tanta igualdad, tan cerca uno del otro.

Nuevamente el Sevilla ante su clientela, ante su muy enfadada clientela, y le toca hacerlo contra un equipo que llega mirando a Nervión como el desesperado que mira a un clavo ardiendo. Porque es que el Rayo Vallecano que tan bien dirige Sandoval y que parecía con los deberes hechos se ha desaplicado tanto en los últimos envites que aparece con una cara de náufrago tremenda. Pero el Sevilla no puede darle a su gente otro sofocón como el del miércoles, por lo que el futuro del equipo vallecano no parece que vaya a cimentarse en el Sánchez Pizjuán. De todas formas, siempre se dijo que si se cae un duro al suelo es más fácil que lo coja el más necesitado de los dos.

Y a la misma hora, pero en la otra punta de España, uno que hizo los deberes, pero del que dicen que quiere más por aquello de la dichosa Liga doméstica. Lo de siempre en fútbol, que cuando tienes uno quieres dos y bendito sea que sea de esta manera. Será un Betis plagado de canteranos el que intente ponerle cara al muy desesperado Sporting de Gijón y del sancionado Javier Clemente. Un Betis circunstancial el que saltará a la verde pradera gijonesa y en la que no va a recibir, precisamente, caramelos. Es la penúltima sabatina del curso, con el Sevilla en la intentona de hacerse perdonar y con el Betis a echar el rato y a ver si pesca algo que merezca la pena.