MÁS complicado de lo previsto ha sido el arranque de España en la carrera para revalidar el título de campeón del mundo. Soldado, a cinco minutos del fin, desatascó un pleito que se resistía por la sencilla razón de que todos, absolutamente todos los equipos, han encontrado en la acumulación de defensas el antídoto con el que dificultarle las cosas a la sinfónica roja. Un empate en Tiflis no hubiera sido bueno y ese gol del ariete valencianista se acoge con alborozo y dándole un valor extraordinario. Pero hay que analizar por qué un equipo que juega tan bien se atasca como anoche se atascó el español.

Escandaloso lo desigual de la pelea cuando llega la hora del primer balance. Ante un equipo que apenas logró saber cuánto pesaba la pelota y que se limitaba a guardar la viña mientras miraba cómo España jugaba, que al descanso se llegue sin que se haya movido el marcador es increíble. Increíble, aunque la verdad es que quizá haya sido mayor el ruido que las nueces, ya que ese caudal de fútbol no tiene correspondencia con el peligro que pasa el portero georgiano. Y es que un cañonazo de Silva que va a la madera y algún escarceo más son dignos de preocupación, que lo demás ha sido jugar como los ángeles pero como sin un ápice de gol.

Tras el descanso un cañonazo a la cepa de uno de los postes que guarda Íker nos pone los pelos como escarpias. Luego vuelve todo a su ser, léase la pelota sólo en poder de los nuestros, pero es como un partido de balonmano en que todo se circunscribe a una circulación horizontal a lo largo del balcón del área. Del Bosque quema las naves prescindiendo de gente con mentalidad defensiva para echar al campo a Pedro, a Cazorla y a Fábregas. Da la impresión de que la cosa no tiene arreglo, pero llega el gol de Soldado y el cuerpo se viene arriba porque se trata de un gol que si a estas horas vale su peso en oro, a la hora del balance final puede valer un potosí.