"No me gusta el flamenco, me va gustando"

Calle Rioja

Tributo. Cinco años después de su muerte, el legado de Fernando Mansilla sigue incólume. El Teatro Alameda se llenó para el estreno de ‘Libertino’, la película sobre el "Leonard Cohen sevillano"

El Teatro Alameda se llenó en el estreno de ‘Libertino’.
El Teatro Alameda se llenó en el estreno de ‘Libertino’. / Paco Aranda

15 de junio 2024 - 05:00

Por la Alameda han repartido un dibujo de un hombre tocando el clarinete. El músico es Fernando Mansilla. El dibujante, Antonio Álvarez Gordillo. El clarinetista ocupa todo el plano de la ciudad, en el que se divisan el río Guadalquivir, la Alameda de Hércules, las calles Hombre de Piedra, Santa Ana o Peris Mencheta, a ambos lados del rectángulo que diseñara el Conde de Barajas. Eso que refleja el dibujo es exactamente lo que pasó en el estreno de Libertino, una película de Rafa Oliver inspirada en la exagerada vida, préstamo nominal de Bryce Echenique, de Fernando Mansilla (1957-2019). Todas las calles, las paralelas, las perpendiculares del microcosmos por el que se movía Mansilla se dieron cita en el Teatro Alameda. Tres días antes la película la estrenó para toda Andalucía en Canal Sur.

Fernando Mansilla nació en Barcelona, hijo de catalán y murciana. Charnego para unos; mestizo para otros. Una infancia muy feliz. La marea hippy le llevó a dejar la Universidad. Tal vez se perdió un veterinario o un biólogo, pero a cambio se ganó un músico, un novelista, un actor. El trívium de Fernando Mansilla, el hombre-orquesta de la cultura, el renacentista tranquilo que vivía sin jefes, sin coche, de alquiler, aunque nunca alquiló su alma. Llegó a Sevilla en 1981 y es la Sevilla del 82, la del Mundial y las elecciones que gana Felipe y la visita del Papa, la que elige como contrapunto para su novela Canijo, que ha sido reeditada. Su amigo el dramaturgo Antonio Álamo la intentó mover con editoriales de renombre (Siruela, Alfaguara), pero a ninguna le interesó “por desgracia para ellas”, dice Álamo en el documental.

De Canijo a Libertino, nombre del canario que aparece en una de sus apariciones más singulares. Marco Vargas y Chloé Brüle montaron un espectáculo a partir del poema de Fernando Mansilla No me gusta el flamenco. Él lo recita en escena, con el canario en la jaula. La obra se tituló Me gusta’ y tuvo una continuación, Me va gustando.

El Teatro Alameda registró un lleno apoteósico. Todas las facetas de Mansilla estaban allí representadas: la musical (su grupo Los Espías), la literaria, la teatral. El teatro fue su primer destino en Sevilla, con el grupo La Pupa de José María Roca, para el que escribe Nos, los inquisidores, que fue nominado para los premios Max. Forma su propio grupo, Los Mongolos de la Muerte, y uno de sus trabajos, Literanauta, un viaje espacial con la literatura, recibió el premio Hermanos Machado del Ayuntamiento de Sevilla.

El año que su ciudad natal acogía los Juegos Olímpicos de Barcelona, Sevilla organizó la Expo. En la Cartuja tocó el clarinete con el grupo Los New Tandem Quartet. Rafa Oliver salió al escenario con Lola, la compañera de Mansilla, que convocó al público a un coloquio posterior en El Corral de Esquivel, que se extendió por Casa Vizcaíno y la cantina del mercado. Unos iban por Hombre de Piedra, otros por Peris Mencheta, como el dibujo de la Alameda.

Los Espías son Daniel Abad y Jasio Velasco. Al término de la proyección, Televisión Española ponía una de James Bond que se rodó en Cádiz convertida en La Habana, como cantaba el Callejón de los Negros, con Halle Berry saliendo de la playa de la Caleta. Fernando Mansilla era el espía que la amó… a Lola, emocionada, agradecida al dibujante que ha inmortalizado a Mansilla por la Alameda de cuyo paisanaje fue un referente imprescindible. Fue emocionante ver a su hija Julieta, uno de los sumandos de su trabajo No somos ni Romeo ni Julieta.

En entrevista con Joaquín DHoldán, le contaba Mansilla que esas pasiones le venían por su padre, melómano empedernido que cerraba las persianas de su casa para oír jazz o música clásica y que todos los fines de semana le traía los tebeos de Editorial Bruguera: El Jabato, El Capitán Trueno. Los héroes de las canciones de Sisa. Alguien le llamó el Leonard Cohen sevillano. El músico canadiense también escribía, autor de novelas como Los hermosos vencidos.

Se encerró con sus músicos en la peluquería de Melado, que en 2027 será centenaria, en la calle Amor de Dios, para grabar Ultramarinos Contreras. En su Evangelio particular dijo “dejar que los colgados se acerquen a mí”. En 1984, el año de Orwell, se produjo el flechazo con Lola. En uno de sus trabajos adaptó textos de Álvaro Cunqueiro, el escritor de Mondoñedo, el juglar sombrío como le llama Manuel Gregorio González en la biografía que le dedicó al autor de La canción del sochantre.

La música le inspiraba para escribir. Y ambas disciplinas se entremezclan. Pablo Peña, componente del grupo Pony Bravo, es el autor de las ilustraciones de las dos ediciones de Canijo. La primera se presentó en la librería El Gusanito Lector en vida de Mansilla y la librera, Esperanza Alcaide, tuvo que dejar a gente en la calle porque no se cabía. La escribe en el tiempo en que vive en el Pumarejo, recién llegado a una Sevilla que era “el underground de España”, con Smash, Triana, Kiko Veneno, Silvio, con el que comparte ese plural mayestático del Nos, los inquisidores.

En el Teatro Alameda, la calle Feria se extendía desde Marcelo Culasso, de los marcos, hasta Pepe Lebrato, de El Taller de la Copia, con ramificaciones por Relator y Parras hasta la Carbonería de Luis Aguilar, anfitrión y mecenas de tantas movidas culturales, o por Peris Mencheta con Manolo Pedraz. Ecos de Cita en Sevilla con los dibujos de Rafa Iglesias, los vestidos de Carmen de Giles, la etapa municipal de Luis Pizarro.

El Mansilla consagrado en el Teatro Central, el Mansilla a la intemperie tocando música en la calle, en el barrio de Santa Cruz o a los pies de la Giralda. Con su sombrero de Clint Eastwood. Rafa Oliver ha hecho una búsqueda hasta los lugares más recónditos para reivindicar a un genio que le tenía alergia al marketing, a la propaganda o al beaterío de la cultura y la pompa oficial, para quien el vellocino de oro era un botellín de Cruzcampo. Por eso vivía de alquiler y creaba conpropiedad. De los años duros le quedó una ternura de superviviente. Y un humor en sus juegos con el lenguaje. Canta e implora, los verbos ocultos en el agua de la cantimplora o su forma de conjugar el verbo amar en las nuevas servidumbres: Yo amo, tú criado, él esclavo.

Alex O’Dogherty evoca al hombre de teatro; Julio Muñoz Gijón, al novelista. Violeta Hernández, a esa furia de la imaginación. Un troglodita urbano, como la película de Claude Faraldo que menciona Pablo Peña, el ilustrador de Canijo. El cineasta francés que filmó una historia delirante con Michel Piccoli, Miou Miou y Coluche, aquel cómico que quiso ser candidato al Elíseo. Antonio Molina Flores, de Cuadernos de Roldán, no se perdió el estreno. Ayer presentaron un zaquizamí en el Archivo de Indias. No estaría de más un cuaderno monográfico sobre Mansilla, que descubrió Sevilla después de hacer escalas en Mallorca, Granada y Alicante. Los trabajos de Hércules en la Alameda de un Leonard Cohen sevillano que disfrutaba oyendo a David Bowie. Que siempre desdeñó los pedestales y las prebendas. Lo suyo era la Gramática Parda, como tituló uno de sus trabajos, igual que la novela de Juan García Hortelano. Libertino salió de la jaula y vuela con Canijo.

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