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Joaquín Pérez Azaústre

Una hipocresía libertaria

QUE muera un disidente cubano en una cárcel, apaleado o electrocutado, que muera un disidente en una cárcel cubana, sea por disidente o sea por negro, por homosexual, por lo que sea, pero que muera al fin asesinado, es una salvajada inadmisible. Pero no lo es hoy únicamente, por más que ahora sea unánime la condena genérica: lo ha sido siempre, antes y actualmente, porque lo que ha habido siempre, en Cuba, ha sido una dictadura. Todavía me hace gracia -una gracia triste, agazapada, que a veces llega al vómito incipiente- cuando escucho o leo las declaraciones de algún político o política español, o incluso intelectuales españoles afines que disfrutan de su libertad en España, que invitados de pronto a visitar la gran democracia cubana, regresan y se derraman en declaraciones contando a todo el mundo que en Cuba se vive rematadamente bien. Y escojo, claro, el adverbio a propósito: rematadamente. Es cierto que ya no sabremos lo que habría sido Cuba y su Revolución sin el bloqueo, sin la beligerancia de EEUU -no los Estados Unidos de ahora, sino los que contemplaban cualquier asomo de izquierda en cualquier rincón del globo como una amenaza susceptible de ser estrangulada- con el régimen de Fidel y con todas las democracias suramericanas que sonaban, aunque fuera ligeramente, a entusiasmo popular de redistribución de la riqueza, pero lo cierto es que la Historia ha sido la Historia que ya hemos leído, y, a pesar de muchas actitudes condenables en el trato hacia Cuba, la verdad es que hoy lo único que hay en Cuba es una dictadura, y que nadie de quienes la bendicen fuera de ella podrían tener, en Cuba, la libertad que aquí les permite opinar.

Todo esto es un asunto, y otro diferente la hipocresía internacional con la muerte reciente del disidente cubano. Vaya por delante, por si no ha quedado claro en el párrafo anterior, que ese asesinato, si ha sido así, y esas torturas, que tampoco serían novedosas, me parecen absolutamente condenables, y prefiero reiterarme y condenarlas de nuevo. Pero me llena de estupor ver la contundencia con que hasta el Bambi de acero critica ahora la ausencia de libertades públicas en Cuba mientras la élite internacional le sigue haciendo la ola, y la reverencia económica, y hasta la alfombra roja de unos Juegos Olímpicos como forma de legitimación institucional, a la otra gran dictadura del mundo, la de China. En China, donde se tortura cada día, donde se ejecuta cada día, también bajo las mismas siglas comunistas disfrazadas ahora de aperturismo netamente mercantil, se hace lo mismo que en Cuba: pero multiplicado, y con más impunidad, porque la extensión territorial y demográfica es exponencialmente mayor. Bien la condena de Cuba, pero que habría pasado si La Habana, hermosa y melancólica, tuviera el potencial del imperio del sol.

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