NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Cuando tendría 10 ó 12 años, no más, el maestro de la escuela de Coria del Río, del Cerro de San Juan, explicaba los quebrados en la pizarra y mientras él se esforzaba en hacerme entender para qué leches me servirían en la vida, yo escribía un relato en mi libreta, Por culpa del fuego, en el que un perro salvaba a toda una familia, la suya, de perecer en un incendio. El maestro pensó que había tomado notas sobre su lección y cuando acabó me pidió la libreta para verlas. Vio que era un relato y dijo, con cara de perro avinagrado: “¡Hombre, tenemos aquí a un futuro escritor de Palomares!”. Me tiró al suelo de una hostia. Fue mi primer crítico. Me fui del colegio dando un portazo y le pedí el certificado de estudios primarios al director, quien me dijo: “No te lo puedo dar si no estás hasta los catorce años. Que sepas que vas a ser toda la vida un desgraciado”, apostilló. Seguramente quiso decir un pobre. Se equivocó: soy el más rico de los tiesos. No soportaba la disciplina del colegio, que me obligaran a hacer deberes en las horas que eran para mí y mis fantasías de niño de pueblo, del campo. Después de seis horas en el colegio, cuando salía quería bañarme en las charcas llenas de ranas y culebras, subirme al pino de Mampela para ver el piquito de la Giralda a la caída de la tarde –cuando el sol teñía de oro viejo el Aljarafe– o jugar con los cernícalos aún en el nido ante la amenazadora mirada de sus padres. En el colegio nunca me entendieron. Y creo que, en general, aún no me entienden las personas que me rodean. Se empeñan en decirme qué debo de sentir, a quién debo de creer, de qué tengo que escribir o qué debo de pensar. El pasado miércoles, Antonio García Barbeito, el escritor de Aznalcázar, presentó mi último libro en Triana, en la Sala El Cachorro, y dijo algo que llevaba esperando más de cincuenta años: “Manolo es escritor, con independencia de que sepa más o menos de flamenco”. El flamenco es mi vida, el motor que me mueve, pero me gusta escribir de todo y hay a quienes les molesta que lo haga sobre determinadas cosas. Por ejemplo, de política. Está bien, me morderé la lengua y no volveré a escribir sobre chorizos, de un pelaje ideológico u otro. Seré libre escribiendo sobre ranas y cernícalos, flamencos y grullas.
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