La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
La aldaba
El presidente de la Junta de Andalucía lleva un mes sembrado, como se dice coloquialmente. En el 25 aniversario de la aparición de Diario de Sevilla habló con rotundidad en el Real Alcázar sobre las tentaciones monclovitas de controlar a la prensa con el pretexto de luchar contra las fake news: “Soy muy claro. El periodismo no se pastorea, ni se coarta ni se condiciona. Su voz tiene que ser libre y defender a la sociedad. Así de claro”. Y ayer aludió al desprestigio galopante de la clase política, que se acrecienta tras la tragedia de Valencia. “Escucho hablar mal de la política; se ha desatado una caza al político, que son los más malos del mundo. Pero eso no es real. Si se pierde la credibilidad en las instituciones, ¿qué nos queda? Un salvapatrias o una salvapatrias, no regido por criterios democráticos, con dosis de populismo y que probablemente nos genere problemas más graves”. Cierto, presidente. Las instituciones se prestigian con el comportamiento ejemplar de sus representantes, que deben estar dedicados exclusivamente, según los casos en dejar un pueblo, una ciudad, una región o una nación mejor de la que se encontraron. La proximidad con el ciudadano se consigue con sencillez y naturalidad, no con el abuso de mensajes banales en las redes sociales. España parece una perpetua jornada de reflexión por las estupideces de la vida cotidiana que publican muchos políticos. Antes se aceptaba esa licencia en las vísperas de las votaciones (el paseo en barca por la Plaza de España, la carrera por el parque, el día en la playa, el libro de cabecera, etcétera). Hoy es una matraca de estulticias que frivolizan la institución que algunos representan. Cuando llega el avieso toro de una tragedia nos coge sin los deberes hechos. Y se ven las costuras.
Necesitamos políticos serios para que haya instituciones fuertes, dirigentes con sentido de la moderación, sin histrionismos, prudentes, que llamen siempre a la cordura, que nos consideren ciudadanos mayores de edad, que nos cuenten la verdad sin alarmismos ni maquillajes. La buena política es más necesaria que nunca, pero el prestigio requiere de más tiempo y menos cultura del zasca, más señorío y menos niñaterío, más diligencia y menos tacticismos, más atención en problemas reales y no en los inventados por ideologías sectarias. Es saludable que sea un político con mayoría absoluta el que promueva el debate sobre la necesidad de no demonizar al dirigente. España no es un Estado fallido, lo ha sido la clase política cuando más se necesitaba de coordinación, arrojo, diligencia y reflejos. Súmenle las mentiras sobre el paradero de Mazón en la hora clave y el narcisismo extremo de Sánchez. Tenemos un problemón bien diagnosticado por Moreno. Falta aplicar el tratamiento. De momento hay que seguir buscando cadáveres y reconstruyendo muchos pueblos.
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