Desde tiempos remotos, las atractivas lavandas crecen naturalizadas en la cuenca mediterránea occidental, norte de África y sur de Asia, cultivándose junto a otras formas híbridas en numerosas regiones del planeta. El género comprende unas cuarenta especies, de las cuales el espliego -Lavandula angustifolia- es la más común en parques, jardines y glorietas de Sevilla, embelleciendo estos lugares en primavera y verano con espléndidas inflorescencias en espiga azul violáceas que estallan con envolventes perfumes; son utilizadas como ornamentales y para la fabricación de esencias y aguas de lavanda de uso cosmético y medicinal. Una tradición ancestral consiste en la elaboración de bolsitas con flores y hojas para aromatizar y preservar la ropa contenida en armarios o baúles, así como el hecho de depositarlas bajo la almohada para la conciliación del sueño por sus propiedades calmantes.
"Pusimos lavanda en los marcos de las ventanas,/ no quedaban arañas para combatir a los alacranes,/ solo el aroma del espliego,/ con sus espigas de flores./ Un pulso azulado para frenar aquel asedio/.../ Por eso recogimos las espigas de lavanda/ y sembramos con sus flores las rendijas de la casa"(Ana Merino).
A partir del siglo II d. C, Hispalis poseía una considerable cantidad de termas para tomar baños y cultivar las relaciones sociales; eran lugares de aseo y masajes, de ocio, encuentro, lectura... Diversos trabajos arqueológicos han localizado dos caldas en la urbe: una situada en la Cuesta del Rosario, que se alimentaba de las aguas contenidas en un aljibe en la plaza alta de la Pescadería; otra en la confluencia de Alemanes y Álvarez Quintero, de aparición más reciente. Los clientes eran ciudadanos pertenecientes a distintas capas sociales, aunque los patricios solían construir termas propias en sus mansiones o fincas de recreo. Se empleaban extractos de lavanda y otras plantas aromáticas para perfumar el ambiente, así como ungüentos para fricciones terapéuticas tras el baño que desinfectan y cicatrizan heridas o quemaduras, mitigando el dolor de las contusiones y aportando relajación de cuerpo y alma. La mágica lavanda era asociada al dios romano Mercurio, protector del equilibrio emocional, el lenguaje, los viajes y el comercio; también estaba consagrada a Áine, primitiva diosa celta del aire, el amor, la fertilidad y reina de las hadas en la mitología irlandesa.
En la dulce Provenza francesa y en el corazón ardiente de la Alcarria manchega se puede disfrutar de la contemplación de maravillosos campos de lavanda -sobrevolados por un cortejo de susurrantes abejas- con refulgentes tapices florales semejantes a olas batidas por el viento en un mar sin horizonte.
"A trechos me paraba para enjugar mi frente/ y dar algún respiro al pecho jadeante;/.../ trepaba por los cerros que habitan las rapaces/ aves de altura, hollando las hierbas montaraces/ de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego-./ Sobre los agrios campos caía un sol de fuego" (Antonio Machado).
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