La lección de Roma

La aldaba

Hay que tomar nota de la experiencia sin maquillar una realidad de expectativas rebajadas

Roma confirma el modelo de Semana Santa del siglo XXI

El congreso de las guayaberas

El Cachorro con el Coliseo de fondo.
El Cachorro con el Coliseo de fondo. / Juan Carlos Muñoz

19 de mayo 2025 - 04:00

No hay cánticos empalagados, ni discursos cargados de almíbar, ni lenguajes triunfalistas que maquillen la realidad. Quizás hayamos tenido el viento en contra por la coincidencia de la misa de inicio de pontificado, que concentró la atención de los grandes personajes y la de todos los focos. La Sala Stampa emitió varios comunicados el sábado, pero ni uno sobre la gran procesión. No apareció ni un solo cardenal en la tribuna de autoridades, ni de la poblada curia, ni de alguna diócesis. Y eso que estaban todos en Roma por la celebración del domingo. El regusto que quedó al respecto fue el de una celebración light, como han reconocido varios de los expertos en estos acontecimientos. Por supuesto, nada se supo ni del Papa ni de los Reyes de España. Felipe y Letizia se llevaron una ovación el mismo sábado a su llegada a la Embajada de España ante la Santa Sede. Nos conformamos con María Jesús Montero, vicepresidenta del Gobierno, que tuvo la habilidad de aparecer, ya que estaba en la ciudad como máxima representante del Gobierno de España para asistir a la misa en la Plaza de San Pedro. Una Roma sin romanos, una Roma como decorado prestado, una Roma idealizada y tomada por el turismo cada día (solo residen 23.000 vecinos en el centro histórico), donde los que soportan la presión están hartos de los acontecimientos extraordinarios, una Roma convertida en parque temático desde hace años y que es tan soñada en la distancia como sufrida en la presencia. Y un Vaticano que, ay, tantos creen que es la panacea, un Vaticano que todo lo reduce y empequeñece. El gran abrazo de la Plaza de San Pedro es verdaderamente absorbente. Nada destaca en Roma salvo el Papa... Y una arquitectura que todo lo soporta.

La sensación es la de que nos han dejado un apartamento, pero no hemos visto al propietario. La llave estaba en un candado del que nos dieron la clave. Nos pusieron vallas para aforar la gran muralla China. Hemos dado lo mejor de nuestra Semana Santa, miles de participantes desplazados en cientos de aviones, músicos, costaleros, saeteros, pregoneros... Lo hemos puesto y dado todo. ¿Merecía la causa tantos riesgos, tanto esfuerzo y, sobre todo, tanta exposición? Si el Congreso de Hermandades lo salvó el sobrecogedor testimonio de la representante de las Hermanas de la Cruz, la gran procesión de Roma la ha salvado la modélica retransmisión de Canal Sur, la foto del Jesús expirante con el Coliseo de fondo y, eso sí, las gotas de lluvia que permitieron una espontaneidad que rompió la rigidez por unos minutos. El Cachorro, el cariño y el esfuerzo de su hermandad, estuvieron muy por encima de la curia romana que el sábado tenía los ojos puestos... En lo suyo. Hemos recibido una lección. Pero también la hemos dado. Somos una ciudad madura que entendemos los mensajes y que nos implicamos en las causas. Cabeza alta. Orgullo intacto. El objetivo está cumplido. El Papa invitó y fuimos. Roma locuta, causa finita. Y solo cabría decir como Juncal, pero en plural: "Tomamos nota".

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