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José Aguilar

Cuando la libertad retrocede

EL Día Mundial de la Libertad de Prensa se celebró ayer -es un decir- con concentraciones de periodistas en numerosas ciudades españolas. Con dos argumentos: denunciar la grave situación de crisis que atraviesa el sector de los medios de comunicación y defender la libertad de prensa como garante de la democracia.

Los dos motivos no pueden estar más justificados. La crisis económica general y la caída de la publicidad, que es la principal fuente de ingresos de las empresas periodísticas, ha provocado la pérdida de seis mil puestos de trabajo en los últimos cuatro años y la desesperanza de las jóvenes generaciones de informadores en la búsqueda de los empleos para los que se han estado preparando. La irrupción avasalladora de las nuevas tecnologías de la comunicación ha pillado a las empresas a contrapié, sin una estrategia de adaptación que haga posible su continuidad como negocio, si no floreciente, al menos viable.

El futuro inmediato es sombrío. Los dos diarios nacionales de mayor difusión preparan nuevas reducciones de plantilla después de haber intentado, sin éxito, capear el temporal mediante las reducciones salariales de sus empleados. Otros periódicos ya han cerrado o se disponen a cerrar. Los que aún siguen trabajando lo hacen en condiciones cada vez más precarias, y eso les afecta como trabajadores y también en el contenido de su labor, sometiéndoles a las interferencias de los poderes económicos, políticos, financieros e institucionales. Hace cuarenta años que se superó la censura previa, pero la autocensura derivada, más o menos conscientemente, de esta situación funciona, inexorable.

Pueden contemplar estas líneas como una jeremiada corporativista. Pero hay algo más: sin prensa libre no hay democracia. Con periodistas atados a la precariedad y ahogados por presiones de todo tipo la libertad de expresión es un bello eslogan constitucional imposible de ejercer. Si los ciudadanos no pueden acceder a una información independiente y plural su derecho al voto aparece mediatizado. Cada vez que se cierra un periódico o una radio, por imperativos del mercado o por impericia empresarial, sus lectores o sus oyentes, pocos o muchos, se ven privados de una visión del mundo con la que voluntariamente se identificaban. Se hacen más pobres ellos, y el sistema democrático, menos sólido.

Por todo eso es por lo que celebramos -es un decir- el Día Mundial de la Libertad de Prensa con las banderas a media asta. Porque no está sufriendo las consecuencias de la crisis solamente un colectivo de trabajadores, como tantos otros, sino la libertad de los ciudadanos de la que los periodistas son usufructarios por delegación.

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