Opinión

José Manuel Gómez Muñoz

Los límites de la peatonalización

FRENTE a las ventajas indiscutibles de la peatonalización de determinados sectores urbanos del centro histórico de Sevilla y de algunos barrios, comienza a crecer de manera maltusiana el descontento, por usar un término suave, por el exceso de intervencionismo municipal en un proceso que se está llevando a cabo con escaso debate y consulta ciudadana, sin una planificación transparente y accesible para los vecinos y, lo que es peor, bajo las urgencias y los condicionantes sociales y económicos del Plan E y la lógica electoralista propia de esta ciudad. Quienes nos declaramos abiertamente seguidores de un modelo de movilidad y peatonalización sostenible, comenzamos a preguntarnos si todo este proceso no está empezando a dar muestras de falta de control. Las obras de transformación de los flujos de circulación viaria en la capital de Andalucía van a marcar de manera irreversible los modos de desarrollo futuro de la economía y el comercio de la ciudad, los hábitos de desplazamiento humano, las reglas de oferta y demanda inmobiliaria en el centro y el perfil sociológico de los habitantes de las zonas afectadas por el tsunami peatonalizador. Supongo que todo esto no se le escapará a los responsables políticos de este proceso, pero comienzo a dudar de que tengan claras cuáles pueden ser las consecuencias sobre las personas de tan radical intervención urbanística. Porque Sevilla es la ciudad de las personas, ¿o no?

Los últimos boletines demográficos publicados por el propio Ayuntamiento de Sevilla indican a las claras que en el casco antiguo las áreas del Arenal, Centro y Feria experimentan algunas de las tasas brutas de cambio de domicilio más altas de la ciudad. El centro comienza a despoblarse de sus antiguos habitantes. Al mismo tiempo esas áreas experimentan tasas de las más bajas en crecimiento vegetativo, lo que se une a los índices más elevados de envejecimiento de la población. Es decir, las áreas urbanas más directamente afectadas por la peatonalización están habitadas por vecinos de edad elevada que viven en un caserío con enormes dificultades para su reocupación, que está dejando de ser atractivo para una población joven, especialmente la que tiene uno o dos hijos, y que comienza a experimentar una imparable sensación de aislamiento en las comunicaciones. Vivir en el centro de una de las ciudades más monumentales del mundo se está poniendo muy difícil. El despoblamiento y el envejecimiento del centro, tienen una compensación parcial con la ocupación de viviendas antiguas por personas de rentas bajas, estudiantes extranjeros e inmigrantes, lo que cambia el perfil socio económico del habitante del casco antiguo y añade elementos de conflicto en una convivencia cada vez más compleja entre quienes han soportado y mantenido durante años el pulso vital y económico del centro y quienes, sin ningún compromiso previo de arraigo, habitan en él durante un lapso de tiempo y luego se van. La rotación en la ocupación de viviendas antiguas es un verdadero problema social y económico en esta parte de la ciudad.

Tener vehículo propio sin aparcamiento es la nota dominante del setenta por ciento de los habitantes del centro. La supresión masiva de aparcamiento en superficie o su conversión en zona de carga y descarga o en zona azul, hace que el vecino del centro cambie su coche por una motocicleta o, directamente, renuncie a tener vehículo propio. Para parejas con hijos en edad escolar esto es un verdadero problema doméstico que suele resolverse, finalmente, con el cambio de domicilio a la periferia. Lo mismo sucede en familias con personas de movilidad reducida, ancianos o enfermos, que necesitan el vehículo particular para desplazarse diariamente. Ni se puede parar en vías de un solo sentido, ni se puede estacionar si no se tiene parking propio. Hacer la compra del mes en el supermercado, salir o llegar de viaje cargado con maletas, o llevar a la abuela hasta la puerta de casa para que no tenga que caminar un kilómetro se convierte, créanme, en una auténtica odisea diaria. El comercio, la hostelería y los hoteleros ganan, indudablemente, en las zonas peatonalizadas. Pero si el centro se despuebla y no se corrigen las necesidades de accesibilidad, aparcamiento y transporte en metro o tranvía del casco antiguo más grande de España, ni el comercio, ni la hostelería, ni los hoteleros seguirán con sus negocios en un decorado fantasma, sin vecinos, sin vida. La paradoja necesaria de todo este proceso consiste en que para que triunfe la peatonalización no se puede prescindir totalmente del tráfico rodado. Y para esto hay que construir aparcamientos subterráneos de residentes y rotatorios en el centro de la ciudad. Y llevar el metro hasta la Campana. No se puede obligar a los vecinos del centro a no tener coche. Hay que darles alternativas, y tener la misma valentía política -o electoral- para hacer ejes de peatonalización y carriles bici que para hacer un aparcamiento subterráneo en la Alameda, en la Plaza Cristo de Burgos o en la Encarnación. Aún estamos a tiempo.

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