Acción de gracias

Las manzanas

María Pagés confirmó en Fukushima algo que siempre defendió: que el arte era, es, un acto de comunicación

En María Pagés, el cuerpo habitado, un documental que ha recuperado TVE dentro de sus Imprescindibles con motivo de la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes a la sevillana, la bailaora recuerda con los ojos llorosos y la palabra atravesada por la emoción un episodio que le ocurrió cuando visitó Fukushima después de la catástrofe nuclear, donde fue para llevar algo de consuelo con su baile a aquellos habitantes que volvían a la vida aún perplejos y temerosos. En esos días, relata conmovida Pagés, se le acercó una chica y le contó que hasta entonces había cultivado manzanas, pero que ahora debía esperar a que aquella tierra herida sanase, y le prometió que cuando tuviera la primera cosecha le mandaría algunas de esas frutas. Se confirmaba algo que la coreógrafa siempre había barruntado y defendido: que el arte era, es, "una experiencia humana" que no entiende de fronteras, un poderoso acto de comunicación. En la otra punta del mundo, en un país que pese a la distancia Pagés considera su segundo hogar y en el que lleva actuando desde los 15 años, una desconocida le abría su corazón y compartía con ella sus esperanzas de que saldrían adelante, su convicción de que habría un futuro. Y esa espectadora, tal vez, no era más que un símbolo de todo ese público al que María Pagés, en su ya larga trayectoria, había proporcionado alivio y felicidad con sus espectáculos.

Pagés recogerá la semana próxima, junto a otra mujer prodigiosa en la que también conviven la inteligencia y la sensibilidad, Carmen Linares, el Princesa de Asturias de las Artes. Podríamos ver otra confirmación, otro fruto, en este reconocimiento a aquella niña que ensayaba con Adelita Domingo y que más tarde aprendió de Gades que maestro no es cualquiera, "maestro es quien enseña unos valores". Su historia también es la de un árbol que echa raíces en el Centro Coreográfico que lleva su nombre, donde transmite junto a su compañero El Arbi El Harti su visión del oficio, de la vida. En el documental hay escenas de sobria intimidad en las que ella, vestida con un traje negro, alarga y gira los brazos en la penumbra, y es su movimiento el que atrae la luz, el que abre una nota de color en el claroscuro. Pocas veces baila sola, porque el tiempo le ha enseñado la importancia de la comunión, de la hermandad: en otros fragmentos dialoga con Sidi Larbi Cherkaoui, o actúa junto a su compañía. Ella dice que en los poetas que ha ido incorporando a sus espectáculos encontró un rasgo común, el amor, "el amor al mundo, el amor a la naturaleza, al otro", y es el mismo sentimiento el que impregna su trabajo. No sabemos si le llegaron aquellas manzanas prometidas, pero ante su baile uno augura que la tierra será fértil.

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