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Juan Ojeda

No es momento de descreídos

HEMOS pasado una semana con algunos días dedicados al recuerdo de momentos históricos. El martes, 4 de diciembre, se rememoraban aquellas manifestaciones que se llevaron a cabo en todas las ciudades andaluzas, que ponían en la calle un clamor popular que reivindicaba la autonomía para nuestra tierra. Ahora, la verdad sea dicha, el recuerdo institucional de aquellas manifestaciones ha sido más bien forzado por aquello del que no se diga que no decimos. Pues eso, que la cosa ha estado más bien cortita. Y si, a nivel institucional o político ha sido así, a nivel popular, digamos que ha sido inenarrable, porque no ha habido nada que narrar.

Más o menos ha ocurrido lo mismo con la conmemoración de la aprobación de la Constitución española, el pasado jueves 6 de diciembre, primer día de un largo puente, y a cuyo alrededor se han movido los actos protocolarios de siempre, más bien por obligación que por devoción. También se han escrito unas cuantas cosas, algunas de ellas mostrando preocupación por la falta de preocupación. Y eso ha sido todo. Por cierto, hablando de preocupación, o de la falta de ella, la encuesta del CSIC, sobre la actitud cada vez más pasota de los españoles sobre el entramado institucional, alerta sobre el alejamiento ciudadano de todo esto, incluido el estado autonómico y el desapego profundo hacia los políticos.

Lo que ahora se ha puesto de relieve -aunque hace ya mucho tiempo, y por muchas cosas, la mayoría de nosotros nos habíamos dado cuenta- es que la crisis económica, social y laboral está creciendo también por el lado de las creencias. No las religiosas, que son capítulo aparte, sino ésas que nos hacen confiar en los demás, o en alguno de los demás, las que nos llevan hacia actitudes solidarias y las que nos hacen sentirnos orgullosos de nosotros y de nuestro entorno. En resumen, esas creencias que hacen que una sociedad confíe en sí misma, y las que nos dan alas para volar en contra del viento.

Esta degradación de las creencias es la que hace que cuando recordamos lo que conseguimos en el pasado, por ejemplo, la transición de la dictadura a la democracia, una Constitución garante de la recuperación de nuestros derechos o un mapa autonómico, no nos damos cuenta de que todo esto lo seguimos teniendo, pero ya no lo valoramos, porque nos olvidamos de lo que nos costó conseguirlo. Muchos piensan que lo que hicimos no sirvió para nada, porque ahora estamos como estamos, preocupados por el paro, cada vez más crispados y con incertidumbre del futuro. Por eso sería bueno plantearse que, siendo todo esto cierto, estaríamos mucho peor si no se hubiera hecho lo que se hizo. Y hay que seguir haciéndolo, porque no es momento de descreídos.

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