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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los niños oncológicos de Ucrania

Es un crimen contra la humanidad impedir o dificultar el tratamiento de los niños con cáncer

Quién no tiene alguien a quien llorar, algo que temer, dificultades que vencer, enfermedades suyas o de los suyos contra las que luchar, limitaciones que sobrellevar? ¿No bastan las dificultades a las que todos han de enfrentarse, las penas con las que han de cargar? Antes de que las bombas rusas cayeran sobre Ucrania matando a unos, hiriendo a otros, separando a los padres de sus hijos, arruinándolo todo, había dolor, como siempre lo hay, y ausencias y duelos, como siempre los hay. Antes de que las bombas rusas sembraran tanta muerte, tanto dolor y tanta destrucción había enfermedades que tratar, secuelas que sobrellevar, operaciones que realizar. Antes de que el horror absoluto de la guerra la asolara, en Ucrania, como aquí y en todas partes, había que luchar contra los mil dolores y horrores que, junto a las alegrías, tejen la vida cotidiana, con la enfermedad de los niños como el más duro de ellos, el escándalo absoluto. "No hay nada sobre la tierra más importante que el sufrimiento de un niño", escribió el Camus que dijo a través del doctor Rieux de La Peste: "Estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados". Añadir mal al mal, dolor al dolor, ausencias a las ausencias, dureza a lo duro, crueldad humana y consciente a la crueldad inconsciente de la naturaleza, es uno de los peores y más estúpidos crímenes de los muchos que en las guerras se cometen. ¿No bastan las desgracias que forman parte de las vidas cotidianas de todos nosotros?

Contra los sinsentidos cotidianos de la existencia, religión, filosofía o las dos cosas. Contra los dolores y agravios de la vida, compasión actuante. Y contra la enfermedad, ciencia, tan necesaria en la paz, tan dañina en la guerra. La misma ciencia que fabrica los misiles lucha contra la enfermedad, la misma energía nuclear que puede destruir nuestro planeta, y en estos días tanto aterra convocando la amenaza de otra guerra mundial, cura enfermedades. Como las de los primeros niños ucranianos con cáncer que han llegado a Madrid para continuar con sus tratamientos. Porque antes de que allí se desplegara el horror de esta guerra, se libraban otras, estas buenas, contra la enfermedad. En nombre de la Humanidad, en nombre de Dios, ¿es necesario añadir más escándalo al del sufrimiento de los niños, más dolor al de sus padres, más obstáculos a su curación?

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