
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El Palacio de Magdaleno
La aldaba
La nota de comanda del agasajo que el alcalde Zoido dio a sus escoltas en 2012 merece la banda sonora de los Cantores de Hispalis. ¡Que no nos falte de ná! Ya es tremendo que con dinero público haya que pagar una convidá, pero más aún son las indicaciones que se dieron al restaurante. “Ojo, poner raciones abundantes”. “Preguntar si quedan satisfechos”. “Y si no, poned alguna ración más”. ¡Eso es atender con categoría, generosidad y esplendidez! Que siga sonando la sevillana: “¡Guitarra, que se alegren las palmas al compás. Ay, qué a gusto yo voy a cantar con mis amigos, que están conmigo, que no nos falte de ná!”. Absolutamente nada hay en contra de que se invite a unos colaboradores, se tenga un detalle de reconocimiento y un momento de convivencia fraterna, pero se debe aplicar el criterio de pagarla del bolsillo propio. Recordaba el ejemplo del abogado del Arenal al que un camarero del antiguo restaurante La Isla le dijo que le invitaba a una cerveza de espuela. El letrado aceptó, pero hizo una indicación: “Mete el dinero en la caja que yo lo vea”. Nadie debe invitar a costa de un tercero (el dueño) que no tiene conocimiento de que se disponen de sus recursos, o mucho peor si se trata de fondos públicos. El grupo popular derrochó esos años dinero en muchos gastos que poco tienen que ver con el funcionamiento del grupo político. No se trata ya de escandalosos sobresueldos, sino de un estilo de gobierno de quienes hoy siguen en puestos de alta responsabilidad.
Oímos discursos emocionales para rebatir los hechos “(Soy honrado”, “Soy escrupuloso con el empleo de fondos públicos”), con pretensiones legales (“Voy a exigir una rectificación pública”) o de victimización (“Soy objeto de una campaña de difamación”). El político bajo sospecha siempre trata de ganar tiempo, confundir a la opinión pública o manchar al mensajero, en lugar de presentar documentación que avale sus posiciones y su posible buen hacer. Los hechos se concentran en la Plaza Nueva en los años de ingentes ingresos del PP de los 20 concejales. Se tiró con pólvora del rey cuando España vivía las mayores restricciones económicas que se recuerdan. Este periódico informó con igual despliegue y rigor cuando un alcalde socialista acumuló impagos por el IBI o por el impuesto de vehículos. Todos los políticos deberían reflexionar sobre qué extraño síndrome padecen cuando se sientan en ciertos sillones. Al ser pillados recurren a ridículos discursos sentimentales que inspiran ternura. No hay un asesor que los salve. Ni un manual de gurú que los rescate. Los hechos son incontestables. Solo queda jugar a la confusión. Mejor pedir otra ración de raviolis porque no estamos “satisfechos”.
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