La ciudad y los días

Carlos Colón

Las noches tristes de San Lorenzo

Hay dos regresos que temo como si fueran Mihuras que embistieran, cornearan, voltearan y arrastraran por el albero mi corazón como si fuera un pelele. Los dos empiezan cuando en San Lorenzo mueren mis dos fiestas más queridas. Uno es el de la madrugada del Domingo de Resurrección, una vez que se ha recogido la Soledad y ha terminado la Vigilia Pascual en la Basílica del Gran Poder. El otro es el de hoy, cuando la procesión claustral pone fin a la Función Principal del Señor.

En estas dos noches tristes de San Lorenzo volvemos a casa por entre los vacíos y los despojos de las fiestas muertas. Cera fría sobre los adoquines de Cardenal Spínola, un eco de Campanilleros llorando el vacío de Esperanza en la Campana, desnuda de sillas la calle Sierpes, muertos los palcos, oscura -como de luto- la silueta de la Giralda, desiertas las calles que rebosaban luz y alegría recién estrenadas -¿es posible que ya haya pasado todo?- hace sólo una semana. Y si en la triste madrugada del alegre día de la Resurrección regresamos de San Lorenzo entre vacíos, hoy, en la noche triste del feliz día de la Epifanía, lo hacemos entre despojos en forma de guirnaldas de bombillas apagadas mecidas por un viento frío, de las que cuelgan las serpentinas que se lanzaron al paso de la Cabalgata; de anuncios de rebajas en escaparates de los que han desaparecido los Nacimientos; de cajas de juguetes despanzurradas, bolsas llenas de cintas, lazos y papeles de regalo, cajas vacías de roscos de Reyes y macetas con flores de Pascua mustias, apiladas en torno a desbordados contenedores de basuras.

Justo antes de coger el sueño, cuando pensamos con un ligero repeluco en el madrugón de un día 7 de enero laborable, volveremos a oír unos pasos por el pasillo, unas voces impacientes queriendo despertarnos de nuestro sueño fingido, un rasgarse de papeles y unas risas que nos pondrán, por un instante, el corazón en un puño; entonces sentiremos la misma tristeza de cuando éramos niños y llorábamos la muerte de la vacación y la fiesta. Y nos dormiremos hasta que Carles Francino, Carlos Herrera o Federico Jiménez Losantos nos despierten al amanecer de un día que ya ha olvidado por completo la Navidad. Sic transit gloria mundi. Pero hay consuelo. Sabemos que allí donde el Mihura del regreso nos embiste, en San Lorenzo, también empezará todo cuando dentro de tres meses menos dos días se abra -este año sin don Manuel Garrido Orta- el besamanos del Señor. Pasa para siempre la gloria del mundo, porque celebra cosas perecederas; pero las glorias de Sevilla, por celebrar las eternas, renacen cada año.

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