VISTO lo visto en la primera jornada de noviembre hay que dejar bien claro que lo del Sevilla fue comprensible y lo del Betis también. Comprensible es caer por la mínima en la leonera por muy mal que esté el Athletic y comprensible es que el Betis se deje remontar dos goles porque ni ha sido la primera vez ni parece que vaya a ser la última en su dilatada historia. O sea que lo ocurrido en la matinal del Día de Difuntos fue un más de lo mismo.

Impecable la trayectoria del Sevilla en esta Liga, caer en San Mamés es algo que el guión de la vida muestra repetidamente. Por muy deficiente que sea la trayectoria de un equipo que no da para Liga y Champions, salir de allí con los pies por delante no debe extrañar a nadie y eso le pasó a un Sevilla que bastante hace con lo que le está ofreciendo a su gente en un arranque liguero para recordarlo como el mejor de su vida y propicio para echar a volar las mentes más calenturientas.

En cuanto al Betis, a la misma hora y a ciento cincuenta kilómetros de distancia, en la vieja Iruña, recitó un papel archiconocido, ese de ir de la cima a la sima sin apenas despeinarse. Tras haber dado un recital de fútbol y de ocasiones dilapidadas, el equipo que aún dirige Velázquez se fue del partido al primer papirotazo. Un gol a los tres minutos de la continuación devolvía a Osasuna a la pelea a la par que desahuciaba a un Betis encogido y con las piernas temblorosas.

Quiero decir con esto que en el Día de los Difuntos, nada de lo que pasó resulta extraño para los que tanta agua hemos visto pasar bajo los puentes. Dicen que al Sevilla le perdió la hipermotivación, que es un problema que aparece cuando se sufre el vértigo de unas alturas desmesuradas. También se dice que al Betis le jugó en contra una autoestima por los suelos que acarrea una desconfianza mortal de necesidad. Dos películas muy visionadas en el fútbol según Sevilla.