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La tribuna

Gumersindo Ruiz

¿Un nuevo orden mundial?

LA reunión del Grupo de los 20 (G20), como se conoce a los países con más peso o influencia en los asuntos mundiales, que se celebra este fin de semana en Washington, no tendrá seguramente efectos apreciables sobre los problemas actuales. Sin embargo, es una reunión imprescindible si se quiere que el mundo empiece a funcionar algo mejor.

La Unión Europea lleva a la reunión ideas sobre la reforma del sistema financiero que se centran en lo que ya ha pasado, y resultan escasamente prácticas. La crisis financiera tiene un evidente sustrato real en las hipotecas y en el exceso de endeudamiento propiciado por los bancos centrales, los gobiernos y las empresas, financieras o no. Estos problemas eran evidentes y podíamos leer sobre ellos en los periódicos muchos meses antes de la crisis. Todos asistíamos complacidos al espectáculo de una economía con crecimientos desmesurados del consumo, que parecía poder mantenerse indefinidamente. Volver ahora sobre controles y normas que ya existían y el papel de organismos internacionales inoperantes, recuerda el dicho: "Cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya se ha escapado".

Resulta inevitable comparar la reunión del G20 con la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, en julio de 1944, en Breton Woods, Estados Unidos. Los acuerdos de la Conferencia no fueron efectivos hasta quince años después, cuando, entre otras cuestiones, se consolidó un sistema para evitar que las naciones utilizaran el tipo de cambio para vender barato y tener una ventaja en el comercio internacional, tal como hace actualmente China. La figura más destacada entonces fue la del economista inglés John Maynard Keynes, que intentó dar algún protagonismo a Inglaterra en la nueva economía mundial, aunque la Conferencia estaba claramente dominada por Estados Unidos, convertida en la mayor potencia militar, económica y política del mundo. En 1945 Keynes escribía a su madre: "Nunca me ha ocurrido tener que persuadir a alguien para hacer lo que yo quiero, con tan pocas cartas en la mano".

Tres cuestiones son hoy decisivas para el orden mundial. La primera, que China deje flotar libremente su tipo de cambio y disponer así de un precio veraz para sus exportaciones e importaciones. Esta cuestión viene unida a definir la libertad de comercio en el mundo, pues los grandes países exportadores de materias primas, productos y servicios, protegen a sus empresas nacionales para darles proyección global; y las más desarrolladas se aferran a su conocimiento y tecnología. Hoy esto tiene que discutirse y crear un marco institucional donde la agricultura, la industria, los servicios, y el acceso a la tecnología y las materias primas respondan a un interés compartido en la creación de riqueza y el empleo. El segundo tema es que la financiación esté disponible para proyectos viables empresariales y de infraestructuras, especialmente en aquellos países más pobres a los que podría afectar un recorte financiero. Y el tercero, la redistribución del consumo y la demanda global, para que el mundo no sea tan dependiente del consumo norteamericano y del de unos pocos países; para ello las economías a que nos referíamos antes (Brasil, Rusia, India, China), con exceso de ahorro y reservas de divisas, tendrán que propiciar el consumo y la inversión social interna.

Los acuerdos de Breton Woods respondían a una época heroica donde los protagonistas, como en el caso de Keynes, tenían una fuerza moral que hoy no existe entre los técnicos que deberían persuadir a los gobernantes sobre los cambios que el mundo necesita. Ni el Fondo Monetario Internacional ni el Banco Mundial, creados entonces, han tenido líderes con ascendencia intelectual para concitar acuerdos de reforma de sus instituciones. A la muerte de Keynes, enfermo del corazón desde hacia años, agotado por los viajes y las negociaciones, Lionel Robbins le dijo a su viuda: "Maynard ha dado la vida por su país como si hubiera caído en el campo de batalla".

Hoy se llega a la reunión del G20 con otro equilibrio de fuerzas: los países emergentes tienen mayor capacidad de influencia, y el sistema financiero internacional, identificado con la desaparecida banca de inversión norteamericana, está en absoluto descrédito. A la vista de los países que se reúnen, se comprende que no hay posibilidad de un acuerdo sobre valores morales comunes, libertades, seguridad social, condiciones laborales, calidad, y . De aquí que lo único posible sea buscar intereses compartidos que permitan una cooperación necesaria, pues lo que quedaría como alternativa sería sólo el conflicto.

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