Crónica levantisca

Juan M. / Marqués Perales

Los ojos del presidente

11 de diciembre 2015 - 01:00

MARIANO Rajoy cruzó el martes pasado la soleada plaza del Salvador de Sevilla, el centro neurálgico de la Piccola Roma donde se alterna la Cruzcampo del mediodía, el barroco aplastante de los retablos, las afiladas dagas de sus relaciones locales y las bandas de tambores y cornetas. Todo es de una exageración que, sin embargo, logra el equilibrio estético: funciona. Rajoy llegaba del palacio de las Marismillas de Doñana, una residencia de una soledad africana donde se come sobre una antigua puerta restaurada como mesa que sirvió en su día para exponer el cuerpo muerto de Buenaventura Durruti. El silencio de la marisma, la lentitud de las dunas en su avance morral hacia el pinar y el sonido seco del cárabo. A los candidatos hay que mirarles a la cara, y los ojos de Rajoy, que lo observé con los míos, iban relajados, descansados después de una buena tarde en Marismillas, donde las cocineras practican unos fogones sanluqueños sanos y tradicional. Al asueto de la tarde debía sumar el presidente las últimas encuestas que le envían desde Madrid, su partido va por delante y los otros tres están muy confundidos en una melé naranja, violeta y roja.

Tiene un modo Rajoy en arrugar el ceño que muestra una cara de no comprender el mundo, como si esto del Gobierno no fuese con él. Pero es engañoso, lo entiende bastante bien, aunque a veces se dedique a observarlo como un outsider. A pesar de las críticas por su ausencia en el debate a cuatro, ese martes se comenzó a ventilar la idea de que Pablo Iglesias había salido vencedor y que Pedro Sánchez había estado mal, aunque en realidad quien se mostró sin aplomo fue Albert Rivera. Bueno, son interpretaciones, pero el presidente, ayer y en Televisión Española, acarició el cinismo a juzgar que Pedro Sánchez se había equivocado al asistir al debate con los partidos menores. Usted haga como yo, no vaya, debata conmigo. Diría que hay hasta algo de destilado veneno en esta apreciación.

Pedro Sánchez planificó su campaña para pelear con Rajoy, para sacudirle con Bárcenas y con las obras de Génova, para que Albert Rivera lo desangrase, pero el socialista se ha encontrado que Ciudadanos le roba y que Pablo Iglesias ha vuelto a beber de la pila bautismal en la que cayó de pequeño. Los ojos de Rajoy, es el más viejo de los cuatro, son los más descansados, augura serias sorpresas y una gran victoria. Es posible, pero también que llegue sobrado al debate.

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