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carlos / colón

No hay paraísos

EL continente al que los africanos intentan llegar a costa de sus vidas es, comparado con sus países de procedencia, un paraíso. Hay libertades democráticas, están reconocidos los derechos humanos y se alcanzó hace años una razonable generalización del bienestar. Todo esto es verdad. Y no es sólo fruto de la explotación y el colonialismo, como sostienen los demagogos, sino de tres mil años de evolución de las culturas judeocristiana y grecorromana.

Pero este paraíso tiene sus sombras. Y muy negras. Sólo en el siglo XX produjo los frutos monstruosos de Leopoldo de Bélgica, Hitler o Stalin, entre otros, y provocó dos guerras mundiales. Y estas figuras, las ideologías que representan y las dos guerras no son cosas que sucedan sin tener hondas raíces hundidas en el suelo europeo que siguen dando negros frutos. Podríamos citar entre estos la abjuración u olvido de las tradiciones judeocristianas y grecorromanas que hicieron su grandeza cultural y ética, la confusión entre el ser y el tener, la caída en un superficial nihilismo de masas que desposee el vivir de todo horizonte de ese sentido humano o religioso que podríamos representar en Bach y Beethoven como cumbres de la experiencia religiosa y de la euforia ilustrada de ser, el olvido de la paideia griega (formación integral del ciudadano otorgándole un carácter verdaderamente humano: ¡cómo me fascinó el libro de Werner Jaeger!), la crueldad con pretexto (a veces hasta bienintencionado) humanitario, representada por el aborto libre o la eutanasia activa.

En la Europa a la que los africanos pretenden llegar a costa de sus vidas, sólo en las prósperas y muy civilizadas España, Francia e Inglaterra, se matan (para mí se asesinan) más de 500.000 fetos al año. Hay legislaciones que admiten el suicidio asistido de personas sanas y la eutanasia activa. En la muy civilizada Bélgica (en la que se acaba de dar el escalofriante caso del transexual que ha pedido y recibido la muerte porque estaba "muy disgustado conmigo mismo" tras sus operaciones) se aprobó hace ocho años la eutanasia activa incluso en personas sanas -no la pasiva que adelanta la muerte para atenuar sufrimientos en situaciones terminales, con la que prácticamente todos estamos de acuerdo- y en este tiempo ha crecido un 25%, provocando 1432 muertes en 2011. Ni Yahvé ni Sócrates. Ni Cristo ni Kant. Ni religión ni Humanismo o Ilustración. El vacío del consumismo nihilista.

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