DEBE ser, seguro que sí que lo es, el enésimo daño colateral de la crisis, antañazo denominada desaceleración por el orate que nos maneja y no sé si usted, querido lector, ha reparado en ello. Pasa que usted, al rebufo del aire acondicionado, se pega una vueltecita por la indudable confortabilidad de una gran superficie y usted comprueba ipso facto la cantidad de gente que no lleva nada en las manos. Y no es porque ya hasta las bolsas son de pago en algunas de estas superficies magnas, sino porque la mayor parte del personal anda dándole al ojo sin meterse la mano en la cartera ni por causalidad. Pasa también en esas playas de arenas abarrotadas y media entrada, o menos, en el chiringuito, con la gente llevando la fiambrera de casa, como en tiempos del imperio y de la cosa. Pase, pase al interior y vea cómo lo que le digo es una muestra más de esta crudísima realidad tan rica en daños colaterales.