MUY pocas veces en el mundo del deporte un resultado ha condicionado tanto una actitud, un método. Muy pocas veces en el fútbol una goleada ha noqueado de tal forma a una persona acostumbrada a dominar el escenario, a dirigir el cotarro con sus mensajes para cada momento. El 5-0 del Barcelona al Real Madrid del pasado mes de noviembre descontroló a José Mourinho e inició la peligrosa deriva en la que anda inmerso el entrenador portugués.

Y no porque ese resultado descabalgara al Real Madrid de ganar la Liga. Ni mucho menos. Lo que provocó ese resultado, eso sí, fue una bofetada de dimensiones universales a aquel que se había pasado cuatro meses alardeando de poseer un método infalible, la pócima de Asterix para derrotar a los romanos. Aquel 5-0 dejó claro que el método no sólo falla sino que está a años luz del de su rival, que la pócima no dejaba de ser la zarzaparrilla de Gárgamel.

A partir de ahí, Mourinho ha mostrado una semana tras otra todo el egoísmo que puede caber en su cuerpo. El portugués, aquella noche de noviembre, no habló de la humillación sufrida por el Real Madrid sino de que era la primera vez que le metían cinco. El portugués nunca ha hablado de conseguir la décima Copa de Europa del Real Madrid sino la tercera suya. El portugués, el otro día, después de haber incendiado media España que ya no ve al Real Madrid, ni mucho menos, como un equipo medianamente simpático, se despachó diciendo que él no pertenece a este mundo. La peligrosa deriva de Mourinho tiene a los madridistas de corbata en un ¡ay! continuo. Y es que muchos, ante la falta de verdaderos argumentos futbolísticos, ya sólo esperan que caiga un título que justifique la enorme pérdida de imagen o que el portugués termine quemándose en su propia hoguera. Y que tanta paz lleve como descanso deja.