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Francisco Correal

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De penitencia, una bandera de Japón

Nadie saldrá a defender a los alumnos expulsados de clase por defender a la selección

La profesora de Catalán del colegio La Salle de Palma de Mallorca pedirá mañana a sus alumnos, a modo de penitencia por la desfachatez de haber desplegado una bandera de España para apoyar a nuestra selección, que exhiban bien grande una bandera de Japón. Eso sí que es violencia, echar a treinta alumnos del aula por apoyar al equipo de Zarra, Marcelino e Iniesta. Pero que se queden tranquilos ellos y sus progenitores: ninguno de los cazafascistas que campan a sus anchas por los manifestódromos dirán ni una palabra para denunciar este ataque infligido desde la soberbia identitaria en nombre de la libertad de cátedra. Debería recordar esta aprendiz de Savonarola que la única vez que el Mallorca ha conseguido el Pichichi, trofeo que reconoce al máximo goleador de la Liga, fue gracias a Dani Güiza, un jerezano que fue internacional con España y todavía sigue jugando a sus 42 años en un equipo de Sanlúcar de Barrameda. Y que el único futbolista nacido en las islas Baleares que consiguió ese prestigioso galardón fue Olivares, en la temporada 1932-33, y lo logró con el Real Madrid, precursor de DiStéfano, Puskas, Juanito, Butragueño, Raúl, Cristiano Ronaldo o Benzema. Olivares, por cierto, colgó las botas en el Algeciras, equipo al que el pasado domingo Arturo, sobrino del escritor Pérez-Reverte, le metió dos goles con el Sanse, apócope balompédico del equipo de San Sebastián de los Reyes.

Con un punto frente a Japón, qué puntazo, España estará en octavos del Mundial de Qatar. Si Japón le ganó a Alemania y Costa Rica le ganó a Japón, Costa Rica debería derrotar a Alemania. Parece un silogismo en bárbara o un caso práctico de la ley Delibes, que el novelista me explicó en vísperas de un Betis-Valladolid de hace un cuarto de siglo.

El fútbol, que casa mal y a regañadientes con la literatura, casa peor con la política. Pero desnuda atavismos totalitarios como los de esta profesora del colegio de Mallorca. Al menos no emborronó el expediente de sus alumnos con la falta de fascistas, el epíteto de moda en la tribuna del Congreso, con la réplica de la ministra Irene Montero, que tiene bula para los dicterios en su reciente proceso de beatificación, o en las pancartas: contra el Fascismo, ley Trans. Qué barbaridad. Como ahora es árbol caído, me remito a unas palabras de Anne Applebaum que reproduce José Antonio Griñán en sus Memorias en un valiente alegato a favor de la socialdemocracia: "con el tiempo, la palabra fascista, al más puro estilo orwelliano, se utilizó para describir a los antifascistas que también eran anticomunistas". Applebaum es una periodista e historiadora norteamericana que ganó el Pulitzer y está especializada en el anticomunismo, ese Anticristo metido en la ortodoxia del Consejo de Ministros. Comunistas, los héroes de la novela de Almudena Grandes Inés y la Alegría ambientada en 1944 que se convierten en facinerosos en el libro que Andrés Trapiello sitúa en el Madrid de 1945. Los buenos se hacen malos en un pispás.

Una bandera de Japón en el colegio de La Salle. Madre in Japan, película en la que salía Rafa Gordillo, mundialista en el 82 y el 86. Cuando el mal de Moctezuma y los cuatro goles del Buitre a Dinamarca.

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