Del pinganillo

10 de junio 2025 - 03:10

Dos personas que habitan un mismo país, hablan una misma lengua, en determinadas circunstancias, deben hablarse a través de un pinganillo. Porque uno de ellos habla la de todos y la suya exclusiva. Y se niega hablar la de todos, sencillamente. ¿Necesidades del guión? Personalmente no lo entiendo. No solo por economía, por sentido común. Inmediatamente aparece lo absurdo en el horizonte: se trata de algo absurdo. Un forzado. Entonces ocurre lo que ocurrió el otro día en Barcelona con la presidenta Ayuso, que se negó al uso del pinganillo porque entendía que si todos se hablaban en la misma lengua en los pasillos no entendía que dentro de una sala tuvieran que ejercer esa peculiaridad o particularidad: gallego, catalán y vasco hablarían a todos en sus lenguas particulares y deberían colocarse un pinganillo para la traducción simultánea a los demás, los otros. Es lo que Ayuso no entendía, ni yo tampoco lo entiendo. El nuevo lehendakari vasco ha rezado un comunicado a todos muy ofendido y muy serio, se trata del honor de los vascos y de su lengua milenaria lo que ha sido escarnecido por Ayuso. Esto va de sí o sí. Insaciables e irredentos con el asunto. Que han llevado sin éxito a Bruselas, a cambio de los votos para que los socialistas sigan gobernando en España. Es el modo menos amable de que los demás cojamos cariño a las palabras que han llegado del pasado en esos territorios que, unos más que otros, desean romper fronteras, historia común, sentimientos compartidos. Con la lengua también, o principalmente. Jalonados de estos hechos, discurre el vivir hispano. Pero ni se cambian las leyes electorales ni se crea el clima necesario para que la verdadera mayoría de gentes de España pueda gobernar para todos o para la inmensa mayoría de españoles. Imposible porque no se dan los números y los números son definitivos en este negocio. De ahí esta exigencia, concedida, de los pinganillos, el ridículo de Bruselas y todos los trágalas que se ve obligado a engullir Pedro Sánchez para seguir en la Moncloa. Es lo que hay, es lo que viene habiendo. Para desesperación de algunos, algunos socialistas quiero decir. Y el achicharrado Feijóo y los suyos. El autoengaño del pinganillo seguro que es considerado por Sánchez como una pamplina sin importancia, que todo sea como eso, hasta barato es, pero eso también lo sabe el lehendakari y, pese a todo, sigue hasta la victoria final. O al menos eso creen Nogueras y otros. En la victoria final. Una republiqueta monolingüe caracterizada por el odio eterno a España.

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