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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los placeres culpables

La primera víctima de la guerra o las grandes tragedias no es la verdad, sino cuanto hace amable la vida

Hace 2.500 años Esquilo dijo que la primera víctima de la guerra es la verdad. No es el del todo cierto. La primera víctima de las guerras, las grandes crisis, las hambrunas, los desastres naturales o las epidemias es todo lo que hace amable la vida. No sólo se trata de esas cosas cotidianas a las que damos la relativa importancia de lo que se cree seguro -un café, un paseo, una charla con los amigos, un almuerzo familiar, un abrazo, un beso, ver a los padres y los abuelos o a los hijos y los nietos-, sino de las gratamente superfluas, deliciosamente acariciadoras, frívolamente gustosas que dan un toque de amabilidad sin exigencia a nuestras vidas.

Sin exigencia, sí, pero no sin inteligencia. La música de Henry Mancini, por ejemplo. Las bandas sonoras yeyé-bossa nova de Guapa, ardiente y peligrosa o espagueti macarra de El halcón y la presa de un maravillosa e inteligentemente hortera Morricone que oigo mientras escribo este artículo. Las grabaciones de Helen Forrest con la orquesta de Benny Goodman. Helen Merril cantando I'm Fool to Want You con los arreglos de Gil Evans. Entre otras muchas cosas de calidades distintas, pero todas disfrutables con o sin complejo de culpa según se sea más o menos pedante o calvinista de la cultura. Con sentido del humor Scorsese llamó guilty pleasures (placeres culpables) a los que producen ciertas películas no grandes o logradas, pero gustosas.

La tragedia y los grandes clásicos tienen la ventaja de encajar tanto en la cotidianidad como en su ruptura a causa de una tragedia personal o colectiva. En cambio, lo amable es siempre su primera víctima. Y resulta ser tan importante para nuestras vidas como lo importante y necesario. Las alemanas de la estupenda Berlín Occidente de Wilder se prostituyen no solo por la comida necesaria para sobrevivir, sino por tabaco, medias de nylon o chocolate. Durante la guerra, desaparecido el nylon, muchas mujeres se teñían las piernas y se pintaban la costura para simular las medias. Recuerden a Cyd Charisse bailando con el par de medias de seda que daban a La bella de Moscú su título original de Silk Stockings.

Hablar de estas cosas parece o incluso es ofensivo cuando ayer se sumaron 244 fallecimientos a los 25.857 oficialmente reconocidos. Por eso la primera víctima de todas las tragedias es lo superfluo que hace amable la vida. Aunque en España puede que Esquilo tuviera razón y la primera fuera la verdad.

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